sábado, 24 de junio de 2017

Imelda: Mi primer amor

Hace unos días encontré a quien fuera mi primer amor. Nos conocimos en la secundaria, cuando contábamos con catorce años. Es un poco difícil explicar lo que ha sido esto; alegría, nostalgia, ternura, quizá todo junto en una mezcla que no logro definir.
No se me ocurrió nada más que escribirle algo, un texto que no llegará a conocer porque ya está casada y no quiero ocasionarle un conflicto.  Quisiera poder seguir sabiendo de ella muchos años más, así que mis sentimientos, aunque inofensivos y sin pretensión, sólo quedaran en mí.

Sin buscarla la encontré.
Entonces era una niña
de cabello muy corto, como lo es la adolescencia;
delgada,
 como suele serlo la pubertad.
Yo la abrazaba sobre los hombros
Y así abrazaba por primera vez
La sensación del amor.
A ella la amé con mi corazón virgen;
La pensé innumerables noches
Con mi imaginación de infante.
Hable con ella cada noche
En charlas interminables.

Esa tarde mis amigos y yo pasábamos por ahí, quizá porque era al único rincón por el que no habíamos pasado. Cuando te vi no recuerdo que me gustaras, seguro que yo tampoco desperté algo en ti, y lo sé porque me maldijiste, nos maldijimos, nos odiamos.


Y nos seguimos odiando cada que nos encontrábamos en el receso; nos odiábamos de lejos, y en ese odio recurrente que nos prodigábamos  nos fuimos encontrando cada vez más hasta el punto que ya nos necesitábamos.
¿Cómo fue? No sé si lo recuerdes. Mi memoria tan mala no logra llegar la laguna que hay entre esos días de odio y aquel en el que, sentados frente a la sala audiovisual, procuraba abrirme camino a lo que hacía tantos días no me atrevía a confesar.
Me acuerdo que te di una explicación muy nerviosa y larga, que acabaría siendo una especie de prologo para esa historia que comenzaríamos los dos.
Te pregunté si querías ser mi novia. Recuerdo que los dos adoptábamos una seriedad que de ordinario no teníamos. Recuerdo que demoraste en responder. Recuerdo que me dio miedo. Recuerdo que dije “¿No?”, pero asentiste.
Éramos novios. Pero a los catorce años, ¿qué era eso?
Me acuerdo que ya separados me pregunté ¿qué seguía, qué debía hacer? ¿Qué era ser novios?
Teníamos catorce años, era la primera vez que tenía novia y no sabía qué hacer. ¿Por qué te había pedido eso? Porque te quería, me gustaba estar contigo, me gustaba tenerte cerca. Me gustabas. Te amaba.
Han pasado veinticuatro años, te reconocí  porque en mi memoria jamás te desvaneciste. Te sufrí como te amé, lloré y reí, y después de esa experiencia contigo amé otras veces más, con optimismo y esperanza: tal fue la consecuencia de mi experiencia contigo.
Hoy vas con el cabello largo, usas anteojos, la expresión en tu rostro tiene historia. Eras una niña cuando nos besamos por primera vez y largamente en aquella discoteca ya desaparecida.  
Recuerdo algunas cosas. Te gustaba la canción Colina Azul, aunque nunca supe si la versión de los Teen Top o la de Los Boppers; adorabas a los perros como mascotas, ya veo que eso aún lo conservas; no sé si aún jué
ges videojuegos, pero al parecer sigues teniendo ese carácter explosivo. Aún reconozco tus expresiones de entonces.
Me gustaría un día hablar contigo de esa época. Habrá cosas que recuerdes que yo no, y armar un poco ese rompecabezas que con nuestra relación hicimos juntos. Como dice Charles Aznavour, es bueno volver y recordar la adolescencia.
Me alegra haberte encontrado en mi vida, y me alegra haberte vuelto a encontrar más de veinte años después. Te has casado, yo no. Me quedó con eso, que es mucho.   


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