viernes, 28 de abril de 2017

Desprecio generalizado por la vida.

El día de ayer dejaron dos gatos abandonados frente a la cochera de uno de mis vecinos, sin alargar la historia decidí acogerlos y darme a la tarea de buscar quién los adoptara.

Ese mismo día, ya en la tarde y mientras entrenaba, un niño entró al gimnasio a vender donas. Serían cerca de las 9 de la noche. No es la primera vez que el niño se mete a vender al gimnasio y lo he visto caminar por las calles vendiendo donas, junto a su hermana. Los niños siempre van solos.



Al día siguiente, le pedí a una amiga que me ayudara a buscar lugares que nos facilitaran poner en adopción a los gatos. Fue un poco triste ver que entraríamos en una larga fila de adopciones por la cantidad de mascotas –entre perros y gatos- que se encuentran esperando en los albergues.

Recuerdo que hace un tiempo me enteré que en la ciudad de México se sacrifican mensualmente alrededor de 15 mil perros, esto es un promedio de 500 perros diarios. El otro dato duro es que el 50% de los perros sacrificados son llevados por sus dueños.

Por la tarde del día siguiente me entero que en el DF hay más de 70 mil juicios por pensión alimenticia en los juzgados, y que por ésta razón los jueces ya podrán congelar las cuentas de los progenitores que no cumplan con las pensiones.

No es una comparación de las mascotas con los niños, sino evidenciar que ambas situaciones derivan de una irresponsabilidad humana; irresponsabilidad de muchos padres hacia sus hijos, que también se refleja, en mayor medida, en la irresponsabilidad con las mascotas.

Siempre he pensado que si el ser humano no manifiesta interés por sus propios hijos, seres humanos que ellos mismos trajeron al mundo, menos lo hará con las mascotas.

Hay un desinterés cotidiano por la “vida” en general: mascotas abandonadas a una muerte segura, niños abandonados, niños ignorados (para esos niños que viven con sus padres pero que no tienen ninguna atención de los mismos), destrucción de la naturaleza, contaminación abominable, y un consumo y depredación de los recursos naturales de forma tan insolente que da miedo.



Sin embargo, crece la indignación cuando alguien es asesinado para despojarlo de un teléfono de 100 dólares. En el fondo es la misma retórica: la vida con toda su magia y unicidad (porque es mágica, única e irrepetible) se ven desplazados por un valor mercantil, por los prejuicios y por las creencias.

Siendo tan normal que la vida sea despreciada de forma tan general, ¿cómo pedir, por otro lado, que “nuestra” vida sea valorada? Esta demanda cargada de falsa dignidad solo tiene su razón de ser en una combinación de indiferencia por los demás y egocentrismo: pido lo que no doy.

Somos parte de lo que padecemos. La guerra moderna con sus bombas de exterminio masivo, motivadas totalmente por el valor económico que representan, son un ejemplo del apocamiento que ha sufrido la “vida” frente a lo desechable, al todo eso que tiene un valor subjetivo.

Las mascotas son un ejemplo de vida, seres con emociones, pero los abandonamos, los dejamos padecer hambre, frío y los maltratamos: nos da igual esa “vida”. Pero nos quejamos del poco valor que tiene nuestra vida y nuestra salud para el capitalismo al que tomamos por maldito. Lloramos ante la injusticia, ante la violencia que nos acecha, ante el abuso de que somos víctimas. Todo eso lo padece la mascota desde su nacimiento hasta su asesinato, en un periodo de vida en el que sólo vive lo peor de este mundo.

Nosotros creamos este mundo, no nos quejemos de él si no hacemos nada por cambiarlo.

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