El día de ayer dejaron dos gatos abandonados frente a la
cochera de uno de mis vecinos, sin alargar la historia decidí acogerlos y darme
a la tarea de buscar quién los adoptara.
Ese mismo día, ya en la tarde y mientras entrenaba, un niño
entró al gimnasio a vender donas. Serían cerca de las 9 de la noche. No es la
primera vez que el niño se mete a vender al gimnasio y lo he visto caminar por
las calles vendiendo donas, junto a su hermana. Los niños siempre van solos.
Al día siguiente, le pedí a una amiga que me ayudara a
buscar lugares que nos facilitaran poner en adopción a los gatos. Fue un poco
triste ver que entraríamos en una larga fila de adopciones por la cantidad de
mascotas –entre perros y gatos- que se encuentran esperando en los albergues.
Recuerdo que hace un tiempo me enteré que en la ciudad de
México se sacrifican mensualmente alrededor de 15 mil perros, esto es un
promedio de 500 perros diarios. El otro dato duro es que el 50% de los perros
sacrificados son llevados por sus dueños.
Por la tarde del día siguiente me entero que en el DF hay
más de 70 mil juicios por pensión alimenticia en los juzgados, y que por ésta
razón los jueces ya podrán congelar las cuentas de los progenitores que no
cumplan con las pensiones.
No es una comparación de las mascotas con los niños, sino
evidenciar que ambas situaciones derivan de una irresponsabilidad humana;
irresponsabilidad de muchos padres hacia sus hijos, que también se refleja, en
mayor medida, en la irresponsabilidad con las mascotas.
Siempre he pensado que si el ser humano no manifiesta
interés por sus propios hijos, seres humanos que ellos mismos trajeron al
mundo, menos lo hará con las mascotas.
Hay un desinterés cotidiano por la “vida” en general:
mascotas abandonadas a una muerte segura, niños abandonados, niños ignorados
(para esos niños que viven con sus padres pero que no tienen ninguna atención
de los mismos), destrucción de la naturaleza, contaminación abominable, y un
consumo y depredación de los recursos naturales de forma tan insolente que da
miedo.
Sin embargo, crece la indignación cuando alguien es
asesinado para despojarlo de un teléfono de 100 dólares. En el fondo es la
misma retórica: la vida con toda su magia y unicidad (porque es mágica, única e
irrepetible) se ven desplazados por un valor mercantil, por los prejuicios y
por las creencias.
Siendo tan normal que la vida sea despreciada de forma tan
general, ¿cómo pedir, por otro lado, que “nuestra” vida sea valorada? Esta demanda
cargada de falsa dignidad solo tiene su razón de ser en una combinación de
indiferencia por los demás y egocentrismo: pido lo que no doy.
Somos parte de lo que padecemos. La guerra moderna con sus
bombas de exterminio masivo, motivadas totalmente por el valor económico que
representan, son un ejemplo del apocamiento que ha sufrido la “vida” frente a
lo desechable, al todo eso que tiene un valor subjetivo.
Las mascotas son un ejemplo de vida, seres con emociones,
pero los abandonamos, los dejamos padecer hambre, frío y los maltratamos: nos
da igual esa “vida”. Pero nos quejamos del poco valor que tiene nuestra vida y
nuestra salud para el capitalismo al que tomamos por maldito. Lloramos ante la
injusticia, ante la violencia que nos acecha, ante el abuso de que somos víctimas.
Todo eso lo padece la mascota desde su nacimiento hasta su asesinato, en un
periodo de vida en el que sólo vive lo peor de este mundo.
Nosotros creamos este mundo, no nos quejemos de él si no hacemos nada por cambiarlo.
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