domingo, 3 de junio de 2018

Los pechos de Elsa

Fue en un movimiento de esos en los que la confianza vaga en el desparpajo; porque entre ambos había una confianza casi ciega, y así sus movimientos y su comportamiento eran libres, con esa libertad que sólo se tiene en la soledad, la misma libertad con la que se movía su seno.
Ese cuadro lo había visto en otro lado. Ya recuerdo, fue en aquella película basada en la novela de Laura Esquivel; Ahí está Lumi Cavazos de hinojos, moliendo en el metate, la blusa descargada y a través del ovalo prendido a su cuello se mira el seno distendido hacia abajo por su mismo peso; en la punta un pezón claro, como si el seno escurriera y terminara en una gota de piel condensada que jamás cae.
Esa tarde de sol lacerante ella se inclinó a hacer no sé qué, pero hubo de encorvarse un poco frente a mí, dejándome una armonía colorida de varias texturas: el algodón verde en primer plano, más al fondo dos senos pequeños y generosos, de piel clara, sostenidos por dos copas azul rey. Más allá, como un lienzo de su misma carne, su vientre plegado. El juego de sus manos por lo que estaba haciendo provocaba que los pechos bambolearan en las copas, como dos esferas agitadas.
Ella no supo nada. Yo no dije nada tampoco. Se incorporó y con la muñeca de su brazo derecho limpió un poco de sudor en su frente, y así, como si nada, seguimos la tarde. Yo me apropié de esa imagen dejada ahí por azar, como quien se apropia de un coralillo que ha visto tirado en la playa.
         “Tita supo en carne propia por qué el contacto con el fuego altera los elementos, por qué un
pedazo de masa se convierte en tortilla, por qué un pecho sin haber pasado por el fuego del amor es un pecho inerte, una bola de masa sin ninguna utilidad. En sólo unos instantes Pedro había transformado los senos de Tita, de castos a voluptuosos, sin necesidad de tocarlos."

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