lunes, 16 de abril de 2018

Beatriz, el amor de infancia.

¿Es que cuando se es niño se puede experimentar amor y deseó? ¿Es el amor un sentimiento que puede despertar en la infancia? Hay quienes opinan que sí, y tomando en consideración mi experiencia podría decir que es cierto y que cuando se es niño se puede sentir amor por alguien más allá de del circulo familiar. Esto fue lo que me sucedió a mí en la más tierna infancia, cuando cursaba los primeros grados de la educación primaria.

Beatriz era una niña de tez clara, con el cabello castaño claro y unos hermosos ojos verdes que vivía a pocas calles de nuestra casa y con quien solíamos jugar en compañía de otros niños. Esos eran los tiempos en que los niños jugábamos en las calles para regresar a casa llenos de tierra y heridas, en esos años donde la inseguridad aún no tenía presa a nuestra sociedad. Los recuerdos de esos días son de los más antiguos y por tanto de los que menos imágenes detalladas guardo, sin embargo, lo poco que recuerdo de Beatriz me da la certeza de pensar que entre ella y yo nutríamos un sentimiento que hoy puedo identificar como amor. Un amor infantil, de lo más inocente quizá, pero amor al fin.
Quizá el recuerdo de Beatriz debió marcar el inicio de mis relatos al ser el más antiguo de todos, y siendo que fue el primer contacto que tuve con una mujer.  Antes de ella no hay nadie más; fue con ella con quien tuve el primer contacto con la naturaleza femenina; con Beatriz dio inicio mi amor y mi dolor, fue la primera mujer que habitó mis pensamientos y alimento mis ilusiones; ella fue la primera esperanza, el origen de mis sueños más tiernos, y pienso que también pudo ser determinante en la forma como me relacione con las mujeres en años posteriores, aunque esto no lo sé de cierto.
   Éramos muy niños, lo suficientemente pequeños como para que sean de mis primeros recuerdos, y ya a esa edad experimentábamos un sentimiento de atracción mutua. Beatriz era bonita, a mí me gustaba su compañía y en ocasiones ella solía ir a mi casa a gritarme desde afuera para que saliera a jugar con ella y sus primos. Mi memoria no guarda muchos episodios de esos días, pero hay algunos que han quedado grabados por su relevancia, como el día en que nos metimos en un pequeño hueco debajo de una escalera de concreto donde sólo cabíamos dos niños pequeños. Era un sitio oscuro y tierroso, lleno de piedras y, seguramente, con un poco de basura. Pero cuando eres niño esas cosas no tienen relevancia porque la suciedad y la felicidad son cosas que van de la mano. Esa tarde jugábamos a las escondidas y Beatriz me jaló de la mano para que fuésemos a escondernos en ese sitio. Ya dentro y en la oscuridad apenas percibía su rostro; nos quedamos un momento así, muy cerca el uno del otro como esperando que algo sucediera pero no nos atrevíamos o simplemente no sabíamos cómo comenzarlo. Entonces Beatriz y yo nos besamos. Fue un beso infantil, espontáneo e inocente. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos ahí besándonos en la oscuridad, no fue mucho, posiblemente hasta que los otros niños descubrieron nuestro escondite.
Tan peculiar era la forma en que nos relacionábamos Beatriz y Yo que mis padres comenzaron a decir que ella era mi novia y yo lo asumí como tal sin tener plena conciencia de lo que eso significaba.

Pero había algo de lo que era consciente y aún hoy lo recuerdo sin ninguna duda: yo quería a Beatriz, la amaba –si se me permite decirlo-. Recuerdo que soñaba con ella, no sólo mientras dormía sino también estando despierto. Era curioso porque ella tenía el mismo nombre que mi madre y yo, por ser el primogénito, llevaba el de mi padre. Esto creaba en mi imaginación una especie de oráculo en la que nos creía pre destinados a vivir juntos y a casarnos. Ya en esa tierna infancia pensaba en Beatriz en estos términos, era obvio que mis sentimientos hacia ella eran intensos y honestos. Quiero pensar que los de ella hacia mí eran iguales.
Viene a mi memoria otro suceso que ocurrió en la casa de mis padres. Ellos no estaban en casa ese día y ella y dos de sus primas llegaron a visitarnos. Dentro estábamos uno de mis hermanos, un primo y yo. Recuerdo que ellas comenzaron a pintarse los labios con los labiales de mi madre y de un momento a otro comenzaron a perseguirnos para besarnos. Sin embargo, en esa persecución la notable preferencia de Beatriz era por mí y me perseguía tenaz y exclusivamente, yo fingía escapar para, al fin, y sin tanta resistencia, dejarme atrapar para que me besara. Entonces me dejaba el rostro grabado con la tintura desprendida de sus labios. Tras su asedio seguía mi venganza y entonces era yo quien corría detrás de ella para besarla. Así se sucedieron varias tandas hasta terminar totalmente desajustados, fatigados y llenos de besos. Creo que era nuestra torpe manera de entrar en contacto, de tocarnos, de sentirnos y besarnos. No sabíamos hacerlo de otra forma, no sabíamos cómo prodigarnos el amor que sentíamos el uno por el otro.
Sin embargo, el amor siempre viene con su respectiva dosis de dolor. El tiempo pasó y todo eso se fue apagando sin que ella dejara de ocupar un lugar en mí pensamiento; para mí ella había sido mi novia y algo, o mucho, de ella quedaba aún encendido dentro de mí.
 Avanzados unos grados en el colegio, un día vi a Beatriz jugando muy coquetamente con otro niño fuera del aula. Aquello fue incómodo y creo que fue la primera vez en mi vida que experimenté celos, celos por una niña a la que creía predestinada para mí. El destino había querido que nuestros nombres fueran los mismos que los de mis padres y para una mente infantil eso significaba que estábamos unidos por esa casualidad. Verla en esa forma con alguien que no era yo rompía con ese destino.
Ese día estuve columpiándome en una de las butacas pensando en ella, en que la había perdido para siempre. Estaba herido, era mi primera herida de amor y recuerdo que mientras pensaba en ella cantaba una canción en mi mente, una melodía cuya letra no recuerdo ahora pero que en ese momento me acompañaba en mi dolor. Ignoro cuánto tiempo tardé en olvidarme de ella, supongo que no fue fácil pues la veía regularmente en el colegio. Sin embargo, sé que ya en los últimos años de la educación primaria sólo quedaba su recuerdo, como hasta ahora.
Beatriz quedaría en la memoria de mi familia y en la mía como la primera novia que tuve, aunque quizá nosotros, ella y yo, no tuviéramos idea de lo que esto significaba. Nos queríamos, nos buscábamos y nos besábamos. No sé si ella me recuerde, y si esos días hayan quedado grabados en su memoria como lo están en la mía.
Tiempo después nos mudamos de colonia, ella repitió sexto grado y yo ingresé a la secundaria. No la volví a ver sino mucho tiempo después, cuando teníamos alrededor de veinte años. La encontré en la calle afuera de donde supongo vivía con su esposo, estaba embarazada. Ella me miró con sus ojos verdes, nos sonreímos y nos saludamos con un gesto sin decir nada más. Nunca más he vuelto a saber de ella.  

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