¿Es que cuando
se es niño se puede experimentar amor y deseó? ¿Es el amor un sentimiento que
puede despertar en la infancia? Hay quienes opinan que sí, y tomando en
consideración mi experiencia podría decir que es cierto y que cuando se es niño
se puede sentir amor por alguien más allá de del circulo familiar. Esto fue lo
que me sucedió a mí en la más tierna infancia, cuando cursaba los primeros
grados de la educación primaria.
Beatriz era una
niña de tez clara, con el cabello castaño claro y unos hermosos ojos verdes que
vivía a pocas calles de nuestra casa y con quien solíamos jugar en compañía de
otros niños. Esos eran los tiempos en que los niños jugábamos en las calles
para regresar a casa llenos de tierra y heridas, en esos años donde la
inseguridad aún no tenía presa a nuestra sociedad. Los recuerdos de esos días
son de los más antiguos y por tanto de los que menos imágenes detalladas
guardo, sin embargo, lo poco que recuerdo de Beatriz me da la certeza de pensar
que entre ella y yo nutríamos un sentimiento que hoy puedo identificar como
amor. Un amor infantil, de lo más inocente quizá, pero amor al fin.
Quizá el
recuerdo de Beatriz debió marcar el inicio de mis relatos al ser el más antiguo
de todos, y siendo que fue el primer contacto que tuve con una mujer. Antes de ella no hay nadie más; fue con ella
con quien tuve el primer contacto con la naturaleza femenina; con Beatriz dio inicio
mi amor y mi dolor, fue la primera mujer que habitó mis pensamientos y alimento
mis ilusiones; ella fue la primera esperanza, el origen de mis sueños más
tiernos, y pienso que también pudo ser determinante en la forma como me
relacione con las mujeres en años posteriores, aunque esto no lo sé de cierto.
Éramos muy niños, lo suficientemente pequeños
como para que sean de mis primeros recuerdos, y ya a esa edad experimentábamos
un sentimiento de atracción mutua. Beatriz era bonita, a mí me gustaba su
compañía y en ocasiones ella solía ir a mi casa a gritarme desde afuera para
que saliera a jugar con ella y sus primos. Mi memoria no guarda muchos
episodios de esos días, pero hay algunos que han quedado grabados por su
relevancia, como el día en que nos metimos en un pequeño hueco debajo de una
escalera de concreto donde sólo cabíamos dos niños pequeños. Era un sitio
oscuro y tierroso, lleno de piedras y, seguramente, con un poco de basura. Pero
cuando eres niño esas cosas no tienen relevancia porque la suciedad y la
felicidad son cosas que van de la mano. Esa tarde jugábamos a las escondidas y Beatriz me jaló de la
mano para que fuésemos a escondernos en ese sitio. Ya dentro y en la oscuridad
apenas percibía su rostro; nos quedamos un momento así, muy cerca el uno del
otro como esperando que algo sucediera pero no nos atrevíamos o simplemente no
sabíamos cómo comenzarlo. Entonces Beatriz y yo nos besamos. Fue un beso infantil,
espontáneo e inocente. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos ahí besándonos en la
oscuridad, no fue mucho, posiblemente hasta que los otros niños descubrieron
nuestro escondite.
Tan peculiar
era la forma en que nos relacionábamos Beatriz y Yo que mis padres comenzaron a
decir que ella era mi novia y yo lo asumí como tal sin tener plena conciencia
de lo que eso significaba.
Pero había algo
de lo que era consciente y aún hoy lo recuerdo sin ninguna duda: yo quería a
Beatriz, la amaba –si se me permite decirlo-. Recuerdo que soñaba con ella, no
sólo mientras dormía sino también estando despierto. Era curioso porque ella
tenía el mismo nombre que mi madre y yo, por ser el primogénito, llevaba el de
mi padre. Esto creaba en mi imaginación una especie de oráculo en la que nos
creía pre destinados a vivir juntos y a casarnos. Ya en esa tierna infancia
pensaba en Beatriz en estos términos, era obvio que mis sentimientos hacia ella
eran intensos y honestos. Quiero pensar que los de ella hacia mí eran iguales.
Viene a mi
memoria otro suceso que ocurrió en la casa de mis padres. Ellos no estaban en
casa ese día y ella y dos de sus primas llegaron a visitarnos. Dentro estábamos
uno de mis hermanos, un primo y yo. Recuerdo que ellas comenzaron a pintarse
los labios con los labiales de mi madre y de un momento a otro comenzaron a
perseguirnos para besarnos. Sin embargo, en esa persecución la notable preferencia
de Beatriz era por mí y me perseguía tenaz y exclusivamente, yo fingía escapar para,
al fin, y sin tanta resistencia, dejarme atrapar para que me besara. Entonces me
dejaba el rostro grabado con la tintura desprendida de sus labios. Tras su
asedio seguía mi venganza y entonces era yo quien corría detrás de ella para
besarla. Así se sucedieron varias tandas hasta terminar totalmente
desajustados, fatigados y llenos de besos. Creo que era nuestra torpe manera de
entrar en contacto, de tocarnos, de sentirnos y besarnos. No sabíamos hacerlo
de otra forma, no sabíamos cómo prodigarnos el amor que sentíamos el uno por el
otro.
Sin embargo, el
amor siempre viene con su respectiva dosis de dolor. El tiempo pasó y todo eso
se fue apagando sin que ella dejara de ocupar un lugar en mí pensamiento; para
mí ella había sido mi novia y algo, o mucho, de ella quedaba aún encendido
dentro de mí.
Avanzados unos grados en el colegio, un día vi
a Beatriz jugando muy coquetamente con otro niño fuera del aula. Aquello fue
incómodo y creo que fue la primera vez en mi vida que experimenté celos, celos
por una niña a la que creía predestinada para mí. El destino había querido que
nuestros nombres fueran los mismos que los de mis padres y para una mente
infantil eso significaba que estábamos unidos por esa casualidad. Verla en esa
forma con alguien que no era yo rompía con ese destino.
Ese día estuve
columpiándome en una de las butacas pensando en ella, en que la había perdido
para siempre. Estaba herido, era mi primera herida de amor y recuerdo que mientras
pensaba en ella cantaba una canción en mi mente, una melodía cuya letra no
recuerdo ahora pero que en ese momento me acompañaba en mi dolor. Ignoro cuánto
tiempo tardé en olvidarme de ella, supongo que no fue fácil pues la veía
regularmente en el colegio. Sin embargo, sé que ya en los últimos años de la educación
primaria sólo quedaba su recuerdo, como hasta ahora.
Beatriz
quedaría en la memoria de mi familia y en la mía como la primera novia que
tuve, aunque quizá nosotros, ella y yo, no tuviéramos idea de lo que esto
significaba. Nos queríamos, nos buscábamos y nos besábamos. No sé si ella me
recuerde, y si esos días hayan quedado grabados en su memoria como lo están en
la mía.
Tiempo después
nos mudamos de colonia, ella repitió sexto grado y yo ingresé a la secundaria.
No la volví a ver sino mucho tiempo después, cuando teníamos alrededor de
veinte años. La encontré en la calle afuera de donde supongo vivía con su
esposo, estaba embarazada. Ella me miró con sus ojos verdes, nos sonreímos y
nos saludamos con un gesto sin decir nada más. Nunca más he vuelto a saber de
ella.
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