Su esencia
He
llegado a pensar que una buena pareja de baile puede dar origen una buena relación
en pareja. El Tango es una disciplina que exige un nuevo enfoque en la forma de
bailar, se trate independientemente de parejas heterosexuales o del mismo sexo.
No hay que olvidar que en sus orígenes el Tango era bailado entre hombres y que
poco a poco fue adoptando una forma heterosexual.
Pero en
el Tango he encontrado una peculiaridad en la relación que se crea en la dupla.
No es necesario explicar que el Tango es un baile sensual, erótico, que implica
un ir y venir en el contacto físico entre los cuerpos de quienes lo bailan. En
este trajín es innegable que se despierten pasiones que en esencia son las que
le dan toda su magia al Tango. No es raro que personas ajenas consideren a la
pareja que baila como una pareja sentimental, y esto es gracias a la excelente
interpretación que hacen del baile. Cuando dos personas bailan y se entregan a
la pasión del baile, esta se visualiza, se transmite y entonces toda la esencia
del Tango se hace patente.
Sin
embargo, esa sensualidad, ese despertar erótico dura lo que dura una tanda. Es,
como dice un maestro, una actuación y como tal se realiza en el más profundo
respeto. Un actor se besa apasionadamente con la actriz, y tal es la entrega
con su papel que evidentemente creemos que se trata de dos enamorados. Con el
Tango sucede lo mismo.
Lo
anterior hace que el Tango sea un baile no apto para todos. Aquellos que caen
en las interpretaciones erróneas, incapaces de separar el arte del arrebato
carnal, pueden verse incapaces de llevar una buena relación con el baile. Es la
diferencia entre el abrazo pasional y el abrazo que incomoda; el acercamiento
seductor del acercamiento que atemoriza; la caricia que estremece de la caricia
que ofende. De la misma forma, entre parejas suele ser un baile comprometedor.
No todos pueden tolerar que pareja sentimental se alce en un vuelo apasionado
con otra persona. Requiere de un concepto totalmente distinto de lo que
tradicionalmente es el ideal de “pareja”. Quienes tienen ven al noviazgo o al
matrimonio como una relación de posesión, como una apropiación del otro, encontraran
en el Tango un problema grande: los celos que evidencian lo endeble de una
relación. En el extremo están los que ni en clase se despegan de su pareja, tan
doloroso les resulta la idea de que alguien más despierte la pasión de quien se
consideran exclusivos para todo. O quizá les da miedo que otra persona
despierten en conyugue lo que ellos o ellas dejaron de provocarles hace mucho
tiempo. Pero es otro tema.
El Tango
es eso, al menos es mi visión en los casi dos años que llevo de estudiarlo. Y
en éste tiempo he hallado la razón por la que Jorge Bucay lo tomó, sobre otras
disciplinas, para ejemplificar los males en las relaciones de pareja en su
libro “Amarse con los ojos abiertos”. Y he aquí lo que he visto.
La comunicación
En el
Tango no existe la coerción ni el jaloneo. No jalas o empujas a tu pareja para
que haga tal cosa. No son ordenes, mucho menos ordenes a ejecutar por medio de
impulsos físicos. Aunque en el Tango el contacto físico es primordial, el
forcejeo no existe. Irremediablemente me viene a la mente esa escena de la
pareja de novios o esposos que en la calle dan esos espectáculos jaloneándose,
presas de la frustración. En el Tango esto es grosero –como en la vida debe
serlo-, es no saber bailar. El secreto del baile esta en la comunicación
corpórea, que en cada paso va dejando espacios para que ambos puedan moverse
libremente. Uno es quien sugiere un movimiento, lo manifiesta de forma sutil
pero entendible, el otro lo realiza y quien lo sugirió, acompaña. Es un ciclo
en el que ambos se van siguiendo, no es un baile lineal en el que uno ordena y
el otro ejecuta. En el Tango ambos ejecutan en armonía, y el espacio que va
dejando uno, el otro lo ocupa. Pero para que esta armonía se dé debe haber una
comunicación que no incluye en ningún momento la coerción.
Abrazados
como estamos, en pareja, entramos en un estado de comunión sin rivalidades y
sin aires de superioridad. El hombre da inicio al baile con movimientos que la
mujer interpreta y ejecuta, inmediatamente el hombre la sigue, y así hasta el
final. Sin embargo, en el proceso de aprendizaje surgen los problemas, tan
típicos y ordinarios como lo son en las relaciones de pareja.
El
hombre, tomando la posición que se le da por convención de guía –es una
convención sin pretensiones ni ínfulas de grandeza- suele perder ante la
frustración cuando su pareja no hace lo que él propone, entonces el sentido del
baile se pierde y comienzan los jaloneos; cuando los jaloneos no dan resultado
surgen los reclamos y entonces eso se convierte en una típica pelea de
enamorados adolescentes. La mujer se defiende y culpa al hombre, entonces el
baile que debería ser un arte se convierte en una batalla. ¿Qué pasa?
En clase
he bailado con hombres en el papel de la mujer y he notado que al menor error
te culpan pues son incapaces de siquiera concebir que ellos pudieran estar
haciendo algo mal. No saben indicar lo que desean hacer y lo hacen, o lo
hacemos, mal. Pero pocos son capaces de considerar el hecho de que pueden
equivocarse.
En el
caso de la mujer, un comportamiento común es el de no responder a la sugerencia
que se le hace. Entonces van solas, y cuando el hombre entra en confusión
arremeten de igual forma que los hombres: culpan.
Creo que
tanto en el baile como en las relacione de pareja estos son comportamientos
comunes en ambos lados: no saber expresar lo que deseas y no saber escuchar.
Como en el baile, cuando las cosas no salen como pretendemos habría que pensar
primero si nosotros estamos haciendo las cosas bien y no sólo caer en la
reacción inmediata de culpar al otro o a la otra. Ella no hiso lo que le
sugerí, quizá no se lo exprese bien; él acabó confundido por lo que hice, quizá
no lo escuche bien. Es un error muy común en el que no se llega a nada.
Los espacios
Otro
aspecto interesante es referente a un término que los profesores siempre
manejan, el de “abrir espacios”, que significa dar libertad para que el otro o
la otra pueda moverse y ejecutar. Gran parte de los movimientos en el Tango son
cambios de posición en los que uno ocupa el lugar del otro: el hombre abre un
espacio al que la mujer accede, entonces el hombre ocupa el espacio liberado
por mujer. Cuando las cosas no se dan así el forcejeo se hace evidente y toda
la compostura y elegancia del Tango se pierde y en lugar de tener un baile
sensual se crea un baile torpe, en el que los cuerpos se agolpan buscando
apropiarse cada uno del espacio. No
basta con saber comunicarse, hay que dar libertad de movimiento para que así,
nosotros mismos lo tengamos.
Quizá
por estos aspectos el Tango suele ser un baile que se diferencia pero que puede
llegar a ofrecer un verdadero espectáculo artístico la pareja armoniza y se
entrega a la pasión del baile. Sucede algo similar en las relaciones de pareja,
en donde la comunicación es fundamental así como la libertad de acción de cada
uno de los integrantes. Culpar a la otra persona siempre será una salida fácil,
pero siempre se corre el riesgo de que la culpa sea nuestra y al no reconocerlo
sólo estaremos cayendo en la desacreditación, la humillación y la perpetuidad
del conflicto.
He
llegado a pensar que la forma en como uno se maneja alguien en el baile nos puede
dar un vistazo aproximado a nuestra forma de ser como parejas. Hay personas que
ante el error te dicen “no pasa nada” y siguen. Si se trata de dar un consejo
lo hacen como tal, no como un regaño. Te orientan sin la violencia de la
humillación. Pero también se necesita de apertura para aceptar esos consejos,
las observaciones y, sobre todo, la flexibilidad de aprender.
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