domingo, 18 de octubre de 2015

Mi apatía por enamorarme.

Por qué me da tanta gueva, en serio, es gueva: esa renuencia de estallar en actos heroicos, en atravesar ciudades, mares, … ya ni motivación siento por atravesar el tráfico cotidiano. 
Antes me desvivía, era audaz, decidido, emotivo… ahora sólo tengo gueva. Quiero irme a mi casa, preparar algo, cenar, ver una película y descansar. Antes me desvelaba por una mujer, ahora me desvelo sin sentido.



Tan rodeado de mujeres bellas y yo con esta gueva que no comprendo.
No es que no me interesen, porque me gustan, quisiera estar con ellas, las admiro, pero tengo gueva.
Gueva de sacrificio, gueva de enamorar, gueva de ser audaz, espontáneo y todas esas cosas que he tenido que hacer siempre… estoy un poco fastidiado de ser ese hombre galante, caballeroso, gracioso, educado, respetuoso, poeta, comprensivo, y además de economía holgada para pagar todo y que aún así, a veces, ni un poco de consideración obtengas, cómo si por el hecho de ser hombre implicara ya una deuda con todas las mujeres.

A veces quisiera volver a perder la cordura, escribir poemas de amor, cartas, sentir esos nervios previos a la cita, desvivirme por alguien. Pero de eso ya sólo me queda una flojera que a veces pienso es la razón por la que huyo cuando veo que tengo que volver a ser un príncipe y atravesar el río infestado de cocodrilos, la cordillera tenebrosa, pelear con el dragón y, ya cansado, subir hasta la torre por un Thank you Mario but our princess is in another castle. ¿Por qué no baja ella y nos vemos en un lugar intermedio donde no haya tanto desmadre? ¿Es mucho pedir?

Ya no pienso atravesar ni una simple avenida congestionada de autos sin al menos saber que del otro lado hay alguien que me está esperando, porque no quiero ningún favor, no quiero ser ya un Mario Bros buscando a una princesa y hacer todo el trabajo para que a cada gran esfuerzo realizado me digan “Thank you Mario but out princess is in another castle”  La mujer que yo quiero me gustaría encontrarla a mitad del camino, una mujer que del otro lado también esté librando una batalla por hallarme.   

A veces encuentro a una mujer que me agrada y le hablo, la invito y… desisto. Se me van las ganas, vaya, ya ni para sexo casual quiero esforzarme. Y es que a pesar de todo, a pesar de esos movimientos emancipadores femeninos, el cortejo ha sido una tarea a la que parece que no piensan entrarle. Claro, recorrer ese camino tortuoso, de tácticas y estrategias requiere valor, tenacidad y una tolerancia al rechazo después de todo el esfuerzo que has hecho. A eso pocas, muy pocas, muuuuuy pocas le entran.



Ya no quiero más eso, estoy hasta la madre¡. Y quizá muchos compartan mi postura. Porque en verdad, ahora, en este momento, se necesitaría mucho, mucho, para que invitara a una mujer a un lugar caro, para que le llevara serenata, para que planeara una de esas sorpresas que hacíamos de adolescentes. En verdad que quisiera una llamada, una sóla pinche llamada; un pequeño asomo de interés, de esfuerzo, de riesgo por su parte. Porque la que es princesa quiere ser reina y entonces jamás cambian. Y yo no quiero eso. No quiero una reina viviendo conmigo. Quiero una mujer que no de penda de mí, porque yo tropiezo regularmente y en vez de traerla al piso conmigo me gustaría que pudiera ayudarme a levantarme. Quisiera una mujer que pueda hablarme de algo que yo no sepa, apasionada de lo que hace, de lo que dice, de lo que piensa. Una mujer que pueda recomendarme un vino y no tener que cargar hasta con esa responsabilidad. Una mujer que conozca su sexualidad, así no tendría que hacer yo todo el trabajo: el de ella y el mío.

Antes me gustaba jugar Mario Bross, pero tras muchos esfuerzos me di cuenta no llegabas a nada.  Desisto de eso. Así vivo bien, en mi departamento de soltero, saliendo con amigas a las que no tengo que estarles endulzando el oído o insistir hasta la humillación. Disfruto mi soltería. Pero a veces me siento motivado por una mujer, entonces me acerco y actúo, pero ya no me desvivo. Creo que ahora me quiero más de lo que me quería antes. Sé que las princesas no valen la pena, y ya estoy grande para pensar en ser un príncipe.

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