Por qué me da tanta gueva, en serio, es
gueva: esa renuencia de estallar en actos heroicos, en atravesar ciudades,
mares, … ya ni motivación siento por atravesar el tráfico cotidiano.
Antes me desvivía, era audaz, decidido,
emotivo… ahora sólo tengo gueva. Quiero irme a mi casa, preparar algo, cenar,
ver una película y descansar. Antes me desvelaba por una mujer, ahora me
desvelo sin sentido.
Tan rodeado de mujeres bellas y yo con esta
gueva que no comprendo.
No es que no me interesen, porque me
gustan, quisiera estar con ellas, las admiro, pero tengo gueva.
Gueva de sacrificio, gueva de enamorar,
gueva de ser audaz, espontáneo y todas esas cosas que he tenido que hacer
siempre… estoy un poco fastidiado de ser ese hombre galante, caballeroso,
gracioso, educado, respetuoso, poeta, comprensivo, y además de economía holgada
para pagar todo y que aún así, a veces, ni un poco de consideración obtengas,
cómo si por el hecho de ser hombre implicara ya una deuda con todas las
mujeres.
A veces quisiera volver a perder la
cordura, escribir poemas de amor, cartas, sentir esos nervios previos a la cita,
desvivirme por alguien. Pero de eso ya sólo me queda una flojera que a veces
pienso es la razón por la que huyo cuando veo que tengo que volver a ser un
príncipe y atravesar el río infestado de cocodrilos, la cordillera tenebrosa,
pelear con el dragón y, ya cansado, subir hasta la torre por un Thank you Mario
but our princess is in another castle. ¿Por qué no baja ella y nos vemos en un
lugar intermedio donde no haya tanto desmadre? ¿Es mucho pedir?
Ya no pienso atravesar ni una simple
avenida congestionada de autos sin al menos saber que del otro lado hay alguien
que me está esperando, porque no quiero ningún favor, no quiero ser ya un Mario
Bros buscando a una princesa y hacer todo el trabajo para que a cada gran
esfuerzo realizado me digan “Thank you Mario but out princess is in another
castle” La mujer que yo quiero me
gustaría encontrarla a mitad del camino, una mujer que del otro lado también
esté librando una batalla por hallarme.
A veces encuentro a una mujer que me agrada
y le hablo, la invito y… desisto. Se me van las ganas, vaya, ya ni para sexo
casual quiero esforzarme. Y es que a pesar de todo, a pesar de esos movimientos
emancipadores femeninos, el cortejo ha sido una tarea a la que parece que no
piensan entrarle. Claro, recorrer ese camino tortuoso, de tácticas y
estrategias requiere valor, tenacidad y una tolerancia al rechazo después de
todo el esfuerzo que has hecho. A eso pocas, muy pocas, muuuuuy pocas le
entran.
Ya no quiero más eso, estoy hasta la madre¡.
Y quizá muchos compartan mi postura. Porque en verdad, ahora, en este momento,
se necesitaría mucho, mucho, para que invitara a una mujer a un lugar caro,
para que le llevara serenata, para que planeara una de esas sorpresas que hacíamos
de adolescentes. En verdad que quisiera una llamada, una sóla pinche llamada;
un pequeño asomo de interés, de esfuerzo, de riesgo por su parte. Porque la que
es princesa quiere ser reina y entonces jamás cambian. Y yo no quiero eso. No
quiero una reina viviendo conmigo. Quiero una mujer que no de penda de mí,
porque yo tropiezo regularmente y en vez de traerla al piso conmigo me gustaría
que pudiera ayudarme a levantarme. Quisiera una mujer que pueda hablarme de
algo que yo no sepa, apasionada de lo que hace, de lo que dice, de lo que
piensa. Una mujer que pueda recomendarme un vino y no tener que cargar hasta
con esa responsabilidad. Una mujer que conozca su sexualidad, así no tendría
que hacer yo todo el trabajo: el de ella y el mío.
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