domingo, 14 de enero de 2018

El Tango.

Siempre he pensado que después de hacer el amor, lo segundo mejor que puedes hacer con una mujer es bailar tango.

El tango es sin lugar a dudas uno de los bailes más sensuales que existen; es un baile donde el emparejamiento físico es la base del baile y es primordial para la comunicación. Cuando bailas tango entras en contacto con la otra persona como en ningún otro baile. Son dos cuerpos unidos moviéndose al ritmo de la música que, por si fuera poco, se trata en buena parte de melodías cargadas de sensualidad.
Bailar tango no es hacer alarde de innumerables pasos sin ton ni son; bailar tango es más parecido a hacer una interpretación, es hacer de la música un mar en movimiento y mecerse al ritmo de sus olas.
El Tango es pasión, es sensualidad, es arte. Cuando no te es posible hacer el amor con una mujer, te queda el consuelo de poder bailar un tango con ella.
Hace casi cinco años que ingresé a tomar clases de Tango, precisamente hoy lo recordaba con una compañera que comenzó en el mismo periodo que yo; formamos parte del mismo grupo de principiantes y somos los únicos que permanecemos hasta ahora. Cinco años!!! Supongo que a estas alturas debo ser un buen bailarín, aunque no un experto.

Hoy mientras bailábamos en clase, principalmente canciones lentas que se prestaban a un derroche de pasión, me vino a la mente un pensamiento, ¿Se podría hacer el amor al ritmo de una melodía? ¿No sería factible también que hubiera maestros que nos enseñaran el arte de “hacer el amor”? Porque al igual que el Tango hacer el amor debería ser un arte; no por nada Ovidio escribiría su célebre libro El arte de amar y, muchos años después, Erich Fromm haría lo mismo en un libro del mismo nombre en el que considera que el acto de amar debería ejercitarse y aprenderse como se hace con cualquier otra actividad artística.
Creo que sería bueno contar con una guía, alguien que nos enseñara a acariciarnos, a emparejarnos, a comunicarnos, a cogernos, amén de sugerirnos posiciones y las formas en como fluir a través de ellas. Y por si fuera poco, todo esto con música de fondo.

Nuestro profesor hace mucho énfasis en la escenificación y en el acoplamiento de nuestro baile con la música. No es la cantidad de pasos ni su ostentosidad, tampoco la velocidad con la que se ejecutan; la grandeza de una buena interpretación está en la pasión y  en la comunión con la música. La pasión se contagia a los espectadores y es del conocimiento de todos que las cosas que se hacen con pasión son las que mejor se realizan. Igual debería ser cuando se hace el amor.

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