Hace unas
semanas estuve a punto de terminar encerrado en las celdas municipales por
culpa de un amigo al que conozco desde la infancia. ¿Cómo fue que ese niño al que conocí a los
diez años terminó en tal estado de demencia, en tal estado de sordidez?
Tengo que decir
que fue tras su divorcio cuando el cambio en su estado emocional fue notorio.
Pasó al menos dos años sumido en el alcohol, enajenado en pensamientos que
hasta la fecha no logra erradicar de su cabeza: El resentimiento, la
frustración y el sentimiento de fracaso derivados de su divorcio afloran cuando
bebe.
La convivencia
con él fue volviéndose insoportable. Al principio lo acogí, se encontraba
herido y como amigo quise apoyarlo. Sin embargo, al paso de los días me di
cuenta que algo no andaba bien en su comportamiento, era errante, desvariaba,
pero creí que era circunstancial y pasajero. Sin embargo, lo que sucedió en ese
domingo fue determinante para que decidiera alejarme definitivamente de él, al
menos por un tiempo considerable.
Veníamos de
regreso a la ciudad y en el trayecto bebió demasiado. El problema fue cuando
entramos al municipio y a las colonias aledañas a donde vivimos. Me pidió que
parara, descendió del auto y en medio de la calle orino sin ningún recato. Esto
lo hiso dos veces. Mi error, mi gran error, fue acceder a acercarlo a la casa
de una de sus ex parejas. Lo dejé a una calle de distancia, y a partir de ahí
todo se salió de control.
No sé qué
sucedió en la casa de su ex pareja, pero antes de que recorriéramos un par de calles
la policía municipal nos alcanzó. A él lo esposaron, alegué que se encontraba
completamente borracho y que no hicieran caso a todo lo que decía. Quizá fue un
atenuante el hecho de que yo no haya bebido ni un sorbo de alcohol. La policía
tuvo un trato distinto conmigo, sin embargo, venía con él, el auto era mío y
era cómplice. En consecuencia, iríamos detenidos los dos. Esto era grave por
una razón de peso, al día siguiente iría a aeropuerto a recoger a Mariana que
llegaba de Colombia.
Enfurecí, aun cuando
parte de la culpa era mía, por confiar y por ceder a los impulsos de un
borracho.
Al paso de los
días, ya con serenidad, no he podido dejar de pensar en Jaime y el punto al que
ha llegado.
Dicen que los
divorcios a veces dejan heridas que jamás cierran, que lastiman mucho y que los
hombres los sufren más que las mujeres. No lo sé de cierto, pero ese amigo que
conocí a los diez años ha tenido un cambio lamentable. No sé qué hacer, no sé
cómo manejarlo. No sé si hablar con su familia, con sus ex parejas, no sé cómo
manejarlo.
Los fracasos en
las relaciones dejan heridas muy profundas, y supongo que todos en alguna
medida las llevamos.
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