sábado, 4 de julio de 2015

Sueño de julio

Estábamos en la fórmula habitual, ella quería saber por qué ella y yo quería demostrarle que le hablaba con total franqueza.

No hay mujer satisfecha con su cuerpo, por muy bella que sea, y esto es casi generalizable. Era mi turno, el primero, como siempre, y no hay apertura más honesta que empezar con los pies en la tierra, sin dramas, sin querer hacer del momento un melodrama romántico. Le dije que cuando la vi por primera vez me había gustado, me había resultado guapa (así, guapa, que sobre adjetivar raspa el lindero de la mentira) Guapa, y quería conocerte más, por eso te hablé. Pero no sólo eso, había algo más, esa gracia, ese algo que sólo te impulsa en casos especiales.

Ella estaba recostada en un sofá; yo, casi hincado al lado de ella, no por una predisposición sino porque así quiso la comodidad que acabáramos. Pero entonces me desperté; es sábado 4 de julio, Rosa sentada en mi pecho, el techo blanco, los ruidos de la mañana.

Hacía tiempo que no experimentaba una emoción así.


Yo la conozco, he hablado con ella, he bailado con ella y no sé si hacer caso a mi inconsciente, que casi siempre sabe más de nosotros que nosotros mismos, y conocerla más. Aunque también podría ser un síntoma, un desplante de nostalgia de mi inconsciente que extraña ciertas cosas.      

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