sábado, 12 de diciembre de 2015

No me gustan los lugares con mucha gente.

Hoy caminaba por las calles del DF y pasé por una zona donde hay bares y antros de baile. Siempre que paso por estos lugares experimento una sensación de desolación. Es una sensación que me provoca el hecho de no estar inmiscuido en ese tipo de diversión, como si el no formar parte de esa alegría me volviera un excluido. Y es que así llego a sentirme, como una especie de paria, ajeno a toda esa felicidad.

En el fondo debería preguntarme si realmente quiero estar en ese ambiente o es sólo el sentir que debería divertirme de esa forma. La música, el baile, la bebida, la compañía grupal, todo eso tiene tintes de alegría y felicidad y el no formar parte de eso me hace sentir mal. ¿Por qué no estoy yo ahí? ¿Por qué no voy a esos lugares? La verdad, no me siento cómodo  en los lugares concurridos. Si me dan a escoger prefiero estar con alquien o en un grupo pequeño, muy pequeño- tomando el café o bebiéndo cerveza, hablando de todo, compartiendo opiniones, etc.

Creo que quizá tiene que ver con lo que socialmente ha quedado establecido como diversión. En todos lados la diversión es euforia, baile, gritos, convivir con una multitud de personas bailando y bebiendo. Entonces, cuando eso a mí no me parece lo más divertido, o lo más agradable, experimento una especie de exclusión, me siento fuera de sitio, fuera de la norma.

No debería sentirme así. La forma que tengo de divertirme, de sentirme bien, es otra. Y eso no debería excluirme, menos provocarme un malestar. El baile, la multitud y la algarabía, al menos en ese ambiente y de esa forma, no me complacen del todo.

Quizá forma parte de los sentimientos que suelen experimentarse cuando salimos de lo ordinario, o cuando no compartimos los gustos de una mayoría y nos sentimos extraños, desencajados, solos. Y este sentimiento puede verse acrecentado por la crítica social que, al no compartir esos gustos, llega a llamarnos amargados, aburridos, etc.

La verdad es que es difícil cuando no compartes gustos generalizados, en cualquier aspecto. Cuando no adoptas el camino de la mayoría, eres señalado, juzgado y relegado. La sociedad así se comporta pero no por eso va uno a sacrificar su vida por darle gusto a los demás o para simplemente sentirse integrado, aunque sea sólo superficialmente.

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