En el fondo debería preguntarme si realmente quiero estar
en ese ambiente o es sólo el sentir que debería
divertirme de esa forma. La música, el baile, la bebida, la compañía
grupal, todo eso tiene tintes de alegría y felicidad y el no formar parte de
eso me hace sentir mal. ¿Por qué no estoy yo ahí? ¿Por
qué
no voy a esos lugares? La verdad, no me siento cómodo
en los lugares concurridos. Si me dan a escoger prefiero estar con alquien
–o
en un grupo pequeño, muy pequeño- tomando el café o bebiéndo
cerveza, hablando de todo, compartiendo opiniones, etc.
Creo que quizá tiene que ver con lo que socialmente ha
quedado establecido como diversión. En todos lados la diversión
es euforia, baile, gritos, “convivir” con una multitud de personas bailando y
bebiendo. Entonces, cuando eso a mí no me parece lo más
divertido, o lo más agradable, experimento una especie de exclusión,
me siento fuera de sitio, fuera de la norma.
No debería sentirme así. La forma que
tengo de divertirme, de sentirme bien, es otra. Y eso no debería
excluirme, menos provocarme un malestar. El baile, la multitud y la algarabía,
al menos en ese ambiente y de esa forma, no me complacen del todo.
Quizá forma parte de los sentimientos que
suelen experimentarse cuando salimos de lo ordinario, o cuando no compartimos
los gustos de una mayoría y nos sentimos extraños,
desencajados, solos. Y este sentimiento puede verse acrecentado por la crítica
social que, al no compartir esos gustos, llega a llamarnos “amargados”,
“aburridos”,
etc.
La verdad es que es difícil cuando no compartes gustos
generalizados, en cualquier aspecto. Cuando no adoptas el camino de la mayoría,
eres señalado, juzgado y relegado. La sociedad así
se comporta pero no por eso va uno a sacrificar su vida por darle gusto a los
demás
o para simplemente sentirse integrado, aunque sea sólo superficialmente.
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