domingo, 2 de agosto de 2015

Rosa, mi gata.

A Rosa me la regaló mi última pareja, así que de alguna forma quedo fuera de esa asociación solter@s-gatos (O será que fue una forma graciosa de condenarme por parte de mi ex?). La historia es que la dejaron abandonada en una veterinaria, la pusieron en adopción y mi novia de entonces decidió adoptarla. Sin embargo, ella tenía un Schnauzer y comenzó a tener problemas con la convivencia entre ambos. Me la ofreció y sin dudar la acepté.
 
Rosa tenía 3 meses de edad. Era la primera vez que tenía un gato. En mi familia siempre habíamos tenido perros; como muchas personas guiadas sólo por las habladurías absurdas de la gente, siempre tuvieron en mala estima a los gatos y por eso jamás se consideró la posibilidad de tener uno. Confieso que a mí siempre me gustaron, pero donde manda capitán no gobierna marinero.



La primera noche Rosa la pasó escondida detrás del sofá. Cuando me asomaba a mirarla, me rugía de la forma como una gata de 3 meses puede hacerlo. La dejé en paz y desde entonces así ha sido. Con cerca de año y medio conmigo creo que jamás la he regañado, mucho menos la he golpeado.

Quizá por el hecho de ser primeriso, o por no saber nada sobre los gatos, Rosa creció viendo satisfechas todas sus exigencias. Cómo iba yo a saber que los gatos son cabrones, manipuladores y con un carácter tan opuesto al de los perros.

Contrario a éstos últimos, los gatos no adolecen de esa fidelidad enfermiza y patética de los perros. Puedes golpearlos, dejarlos sin comer, regañarlos, restringirlos, torturarlos y seguirán ahí, contigo. Muchos celebran esta actitud y enaltecen esa fidelidad sin condiciones de los perros. Pero es, a mi parecer, un amor y una fidelidad insana, pues llegan a perder toda dignidad, todo amor por sí mismos. Es algo impresionante. No odio a los perros, como seres vivos –como a todos- los respeto y los quiero. Jamás abusaría de ese amor enfermo para maltratar a uno como muchos cruelmente lo hacen.

Los gatos, por el contrario, poseen una dignidad casi humana. Mucha gente no los tolera porque siempre ponen en duda nuestra autoridad, ya que para ellos tal cosa no existe. Son incondicionales en la medida que uno lo sea con ellos y exigen reciprocidad. Los gatos jamás aceptaran estar en un nivel jerárquico inferior, por eso aman las alturas, porque no es costumbre de ellos mirar hacia arriba.

Otra diferencia es que los perros comen cualquier cosa que les lances, así sean nuestros desperdicios o el alimento más inmundo. Los gatos, no. Y esto tiene que ver con ese refinamiento propio de ellos. Por muy “fino” que sea un perro, no dudará en meterse al estiércol, jamás caminará con la elegancia de un gato ni comerá con finura. Los perros cuando comen degluten. Son atascados, desordenados y sucios. ¿Has visto alguna vez a un perro asearse tras comer? Aún más ¿has visto a un perro asearse alguna vez?

No es que los gatos sean traicioneros, sucede que son honestos: si no quieren estar contigo se van. Si ya no quieren seguir jugando, te lo hacen saber. Si los estas fastidiando, te fastidiaran sin reservas. No hay que olvidar que para un gato no hay jerarquías, así que no podemos tomar una actitud de amos ante ellos.

Me agrada esa convivencia. Una convivencia sin rivalidades, sin jerarquías, sin desplantes absurdos de autoridad o dominio. Será que no tengo ninguna necesidad de ejercer dominio sobre nadie.

Aclaro, me agradan los perros. Son seres maravillosos a pesar de mi crítica. Que no se lea como un llamado a odiarlos, y lo aclaro porque los fanáticos son cabrones e impredecibles. No creemos una mala imagen de los perros como se ha hecho con la de los gatos.

Esta es Rosa, mi gata. La envidio. Sólo duerme, come, caga, juega… y exige. Con tantos privilegios sería justo que me ayudara con los gastos, o al menos que lavara los platos, pero ella no lo ve así. Cree firmemente que merece esa vida. Creo que es un poco como los políticos: ella disfruta mientras yo, el pueblo, trabajo para mantener su vida llena de lujos.

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