Hubo un tiempo en el que ocupaba mucho de mi tiempo en
mi negocio y creo que el hecho de estar soltero propició en gran parte a que
esto sucediera.
Fuera de un horario de trabajo promedio el tiempo
restante era básicamente tiempo libre y aunque parte de ese tiempo lo invertía
en otras actividades, a veces llegaba al punto de destinarlo también al
trabajo; supongo que no es del todo malo, pero a veces padecía los estragos: me
sentía rebasado, inconforme, incompleto y experimentaba cierta nostalgia. Al
paso de los meses descubrí que no era
sano ese nivel de enajenación por algo que no siempre es satisfactorio, y los
deberes llegan a tener ese impacto en nuestro ánimo.
Y es que hace apenas unos dos años atrás llegaba a
extender mis horas de trabajo hasta en sábados y domingos; es fácil caer en
esto porque tienes el tiempo disponible y no hay nada que demande tu atención,
por eso resulta fácil caer en la trampa de “adelantar” trabajo, de hacer un
esfuerzo más y de trabajar mientras otros descansan. En mi caso, llegó un momento en que la pasaba
casi todo el tiempo trabajando y no me permitía ningún descanso. Acabé fastidiado
y fatigado emocionalmente. Ya no me sentía satisfecho, y lo que en un principio
me motivaba ahora era un tormento, pero había llegado a ese punto porque yo
mismo lo había permitido.
Hay algo que la gente casada y con familia tienden a
hacer, y es priorizar o al menos tratar de hallar un equilibrio entre el
trabajo y la familia. Los fines de semana los dedican a la familia, y sus
tiempos libres también. Siendo solter@s, no tenemos esa contraparte, estamos
solos, y al no tener –en apariencia- deberes con alguien más, llegamos a
invertir también ese tiempo en el trabajo. Pero creo que hay un deber que
subestimamos, y es el deber con nosotros mismos.
Quizá lleguemos a creer que pasar el fin de semana sin
hacer nada -que es uno de los privilegios de los que podemos gozar- es “perder
el tiempo”, y no le damos la misma importancia que invertirlo en una fiesta, en
una comida, en un rato de convivencia con la familia, en una visita al cine,
etc. Estamos literalmente tirados en el sofá, leyendo o viendo series o lo que
sea. Quizá lleguemos a pensar que eso es un desperdicio de tiempo que podemos
aprovechar para “adelantar trabajo”, para invertirlo un poco más en él.
Nosotr@s podemos descansar, los casados y los que tienen familia no pueden darse
ese lujo; pero en realidad no se trata de una pérdida de tiempo sino de un
tiempo de recuperación, de dispersión, de soledad revitalizante. Stephen R. Covey, en su libro Los siete hábitos
de la gente altamente efectiva, habla de esto en el séptimo hábito: afilar la
sierra, es decir, tomarnos un tiempo para recuperar energía, para meditar, para
replantear las cosas. Hay que hacer pausas en el camino para volver a tomar las
riendas con más visión, con la sierra afilada.
En estos tiempos se sobrevalora mucho el hecho de
estar ocupados, de tener siempre algo qué hacer, pero es sólo un estereotipo
como muchos de los que se propagan en la sociedad y que no por eso dejan de estar
errados. Necesitamos descansar, dormir, reflexionar. Hay quienes no pueden
hacerlo, nosotr@s sí.
Es muy importante descansar, aunque en esta sociedad
mercantil eso se vea mal.
En lo personal tomé la decisión de trabajar sólo de
lunes a domingo y los fines de semana ocuparlos casi exclusivamente en otras
actividades: leer, escribir, hacer memes, ver películas, dormir, lavar mi auto,
ir a mi clase de Tango, etc. A veces llego a trabajar un poco, pero sólo
después de haber realizado alguna otra actividad. Y con el tiempo libre entre
semana hago lo mismo; tengo un compromiso conmigo mismo y me he sentido mejor.
Si escucháramos a un padre o una madre de familia
veríamos cuánto desean ell@s pasar un día entero descansando sin interrupciones.
Ni los fines de semana pueden descansar, así que es un privilegio del que
podemos disponer nosotr@s, ¿por qué no hacerlo?
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