martes, 23 de enero de 2018

El Vida

Tenía alrededor de 15 años cuando sostuve una pelea a golpes con un chico de la misma calle a quien le apodaban “El vida”.
Al paso de los años el rencor fue desapareciendo y de un momento a otro nos saludábamos en la calle. A veces me lo encontraba comprando cervezas en la tienda, algunas otras acompañado de su esposa o volviendo del trabajo.  


El Vida es un tipo un poco más alto que yo, delgado pero de complexión robusta; caminaba con soltura, casi siempre portando sus botas de trabajo, lo que hacía que sus pasos fueran acentuados. Somos de la misma edad, así que intuía que la sensación de sí mismo era idéntica a la mía; a los 39 años aún eres joven, entusiasta, lleno de vida.   
Pero una tarde en la que yo llegaba a visitar a mí padre lo vi a lo lejos tratando de caminar apoyándose de una andadera; por un momento dudé, pero conforme me fui acercando me di cuenta que en verdad se trataba de El Vida. Su cuerpo no le respondía, se tambaleaba como si tuviera párkinson. Le pregunté qué le había pasado y no pudo contestarme, tampoco podía hablar. No quise insistir, le dije que se cuidara y me despedí. Esa imagen de El Vida en ese estado me impactó, me dolió en el alma.  
A veces, cuando voy a la casa de mi papá lo encuentro sentado en una de las esquinas de la calle. Nos saludamos. Ya han pasado algunos meses y aunque ya puede medio caminar sin ayuda de la andadera aún no recupera el habla. Me hace un gesto con la mano y asiente con la cabeza, sonríe. Camina apoyándose de las paredes y los autos estacionados a orilla de la banqueta.
Me da pena verlo así, un hombre de mi edad, con toda la juventud y la energía y, sin embargo, incapacitado a saber por qué razón.
Espero con honestidad que pueda volver a ser El Vida de antes.

miércoles, 17 de enero de 2018

El Autosabotaje

Cuando tenía alrededor de 24 años ingresé a trabajar en una compañía de venta de autos por autofinanciamiento, y antes de mandarnos al ruedo, a los directivos les pareció buena idea que el vendedor estrella nos diera una plática sobre sus técnicas.

Aquello se convirtió en básicamente una plática de motivación personal. Es evidente que si una persona no tiene ninguna motivación jamás tendrá buenos resultados, ni en su vida ni en nada de lo que haga. La pasión y la motivación son imprescindibles.
Pero de todo lo que él dijo algunas cosas quedaron grabadas en mi memoria, y una de ellas tenía que ver con los hábitos. Dijo, si queremos cambiar nuestra vida debemos cambiar nuestros hábitos. Hay una frase muy trillada que se escucha en todos lados pero no por eso deja de ser cierta por pura lógica y hasta en la ciencia encuentra su verdad: las cosas se repetirán siempre igual mientras no haya cambios.
Cuando tenía alrededor de 27 años comencé por voluntad propia, y sin que nadie en mi familia se enterara –sólo mi novia lo sabía-, un tratamiento terapéutico con una psicóloga para atender lo que más tarde supe se trataba de una ansiedad generalizada. No es el momento de ahondar en eso, quizá en otra ocasión. Sin embargo, en aquel entonces ella me recomendó que leyera un libro: El auto saboteo. Jamás lo compré, básicamente me auto saboteé.



Este último año 2017 ha sido desastroso para mí en todos los ámbitos y mi situación actual es pésima. Durante todos estos días he tratado de buscar soluciones, consejos e ideas para salir de mi atolladero; así, buscando cada noche cosas nuevas de las que poderme apoyar, recordé hace un par de días la sugerencia de mi terapeuta. Busqué El Auto sabotaje en Youtube y di con un canal bastante interesante: Inner integration que maneja Meredith Miller.



Hay algo en lo que aquel vendedor estrella, mi terapeuta y Meredith Miller coinciden: hay que cambiar no sólo los hábitos, sino también los pensamientos e ideas en las que estamos atrapados.
Una de las cosas más difíciles para un ser humano es cambiar. Nos habituamos a ciertos comportamientos y los repetimos sin darnos cuenta; lo mismo sucede con esos pensamientos a los que recurrimos incesantemente siempre bajo los mismos estímulos. No es difícil identificar esos pensamientos recurrentes ya que siempre los traemos en la cabeza; y tampoco debe ser difícil identificar esos comportamientos y reacciones que siempre tenemos. Eso es precisamente lo que debemos cambiar si queremos resultados distintos en nuestra vida.
Está es una de las tareas más complicadas ya que por regla casi general esos malos hábitos están muy enraizados en nosotros y los tomamos como verdades absolutas, cuando sólo son unas verdades construidas dentro de nosotros mismos.
He pensado mucho en ello los últimos días. He notado que mi cerebro trabaja siempre en una sola dirección, esa que ya conoce y a la que se ha habituado. Lo mismo pasa con mis reacciones y ciertos hábitos que yo considero me resultan nocivos. Así que he tomado la determinación de cambiar esos pensamientos y esos hábitos tan comunes para mí. No sé qué vaya a suceder, lo único razonablemente lógico es que habrá cambios, y lo que ahora necesito con urgencia son cambios. Malos o buenos, pero necesito cNo te salves, “no te quedes inmóvil al borde del abismo”.
ambios. No es bueno quedarse atrapado en la inmovilidad o paralizado por el miedo. Dice Benedetti en su maravilloso poema
Dice Sthepen R. Covey en su libro 7 hábitos de la gente altamente efectiva, que vemos el mundo como somos nosotros, como son nuestros pensamientos. Necesito cambiar mi mundo, mi percepción de él; hay cosas que hago que seguro me están jodiendo mi propia vida, necesito que mi vida sea distinta y para eso necesito comenzar a cambiar algunos hábitos.
    

domingo, 14 de enero de 2018

El Tango.

Siempre he pensado que después de hacer el amor, lo segundo mejor que puedes hacer con una mujer es bailar tango.

El tango es sin lugar a dudas uno de los bailes más sensuales que existen; es un baile donde el emparejamiento físico es la base del baile y es primordial para la comunicación. Cuando bailas tango entras en contacto con la otra persona como en ningún otro baile. Son dos cuerpos unidos moviéndose al ritmo de la música que, por si fuera poco, se trata en buena parte de melodías cargadas de sensualidad.
Bailar tango no es hacer alarde de innumerables pasos sin ton ni son; bailar tango es más parecido a hacer una interpretación, es hacer de la música un mar en movimiento y mecerse al ritmo de sus olas.
El Tango es pasión, es sensualidad, es arte. Cuando no te es posible hacer el amor con una mujer, te queda el consuelo de poder bailar un tango con ella.
Hace casi cinco años que ingresé a tomar clases de Tango, precisamente hoy lo recordaba con una compañera que comenzó en el mismo periodo que yo; formamos parte del mismo grupo de principiantes y somos los únicos que permanecemos hasta ahora. Cinco años!!! Supongo que a estas alturas debo ser un buen bailarín, aunque no un experto.

Hoy mientras bailábamos en clase, principalmente canciones lentas que se prestaban a un derroche de pasión, me vino a la mente un pensamiento, ¿Se podría hacer el amor al ritmo de una melodía? ¿No sería factible también que hubiera maestros que nos enseñaran el arte de “hacer el amor”? Porque al igual que el Tango hacer el amor debería ser un arte; no por nada Ovidio escribiría su célebre libro El arte de amar y, muchos años después, Erich Fromm haría lo mismo en un libro del mismo nombre en el que considera que el acto de amar debería ejercitarse y aprenderse como se hace con cualquier otra actividad artística.
Creo que sería bueno contar con una guía, alguien que nos enseñara a acariciarnos, a emparejarnos, a comunicarnos, a cogernos, amén de sugerirnos posiciones y las formas en como fluir a través de ellas. Y por si fuera poco, todo esto con música de fondo.

Nuestro profesor hace mucho énfasis en la escenificación y en el acoplamiento de nuestro baile con la música. No es la cantidad de pasos ni su ostentosidad, tampoco la velocidad con la que se ejecutan; la grandeza de una buena interpretación está en la pasión y  en la comunión con la música. La pasión se contagia a los espectadores y es del conocimiento de todos que las cosas que se hacen con pasión son las que mejor se realizan. Igual debería ser cuando se hace el amor.

martes, 9 de enero de 2018

Isabel

Tenía yo 34 años cuando conocía  Isabel a través de Facebook. Por entonces yo estaba terminando una relación y ella se encontraba en su proceso de divorcio.
Isabel era cuatro o cinco años menor que yo y tenía dos hijos, una niña y un niño que no pasaban de los diez años. Era originaría de la ciudad de México al igual que su esposo. Ambos comenzaron su relación cuando ella aún era menor de edad, tenía diecisiete años y él tenía alrededor de 25; ya siendo novios, un día decidieron ir a vivir su tórrido romance a Tijuana, donde radicaron desde entonces. Al paso de los años las cosas cambiaron y ellos también. Los celos, la rutina, el aburrimiento, la indiferencia, quizá todo eso que normalmente erosiona las relaciones, fue lo que terminó por hacer de su matrimonio una carga pesada hasta que decidieron ponerle fin.  
¿Quién era Isabel?  Era una mujer hermosa, de tez casi blanca, casi rosada; con diminutas pecas claras como esparcidas en su rostro por un pintor entendido en el arte de adornar con ellas las facciones femeninas. El iris de sus ojos era color miel, y cuando su pupila se retraía al mínimo era como ver dos diminutos panales asomando bajo sus párpados y brillando bajo el sol. Tenía un rostro esquicito, de esos que no puedes dejar de observar, como si hubiese sido el modelo de los tantos rostros de mujeres que pinto Estaban Murillo. Mirian era alta, diez centímetros más alta que yo. De piernas largas, brazos fuertes, caderas anchas y nalgas notables. Dejo a parte la mención de sus pechos porque merecen una atención específica. Sus pechos eran pequeños para una mujer de su estatura, aunque en otra mujer serían grandes. Eran de piel clara y con un pezón apenas un poco más oscuro. Me gustaba verlos asomados en el escote de su blusa, como dos lunas en cuarto menguante. Algo que adoraba de ella era precisamente el gusto que tenía porque le acariciaran los pechos; más que alguna otra mujer que haya conocido ella manifestaba abiertamente que eso era lo que más la exitaba, al grado de poder tener orgasmos con sólo eso. Esto era algo afortunado para mí, ya que teniendo unos pechos tan hermosos era imposible no desear acariciarlos a cada momento.
Recuerdo una tarde en la playa de Rosarito, Tijuana, en la que fuimos en compañía de sus hijos. Nosotros nos quedamos sentados muy lejos de la playa mientras ellos se divertían en el mar. Nos besábamos, nos amábamos. En la arena húmeda dibujábamos nuestros nombres o nuestras iniciales enmarcándolas dentro de un corazón: J'avais dessiné sur le sable, Son doux visage qui me souriait, canta Christope. En Rosarito la playa es fría así que íbamos abrigados ligeramente. En un momento Isabel me dijo que mirara sus pezones erectos notándose a través de su chamarra. Me preguntó si quería tocárselos. La playa estaba vacía así que se colocó de rodillas frente a mí y se abrió la chamarra por en medio, me besó. Acerqué mi mano a su seno y o presioné suavemente. Así era Isabel, con esa pasión, con esa lascivia, con todo ese amor.
En el sexo ha sido hasta la fecha la mujer más versátil que he conocido, sin limitaciones, sin peros, sin recatos. Isabel era una dulzura en la cotidianidad, y una mujer en extremo apasionada en el sexo. Reaccionaba a mis poemas con la misma intensidad que reaccionaba a las caricias. No había puntos medios para ella.
Isabel me visitó una ocasión en la ciudad de México, sin sus hijos. Recuerdo una mañana en la que tras despertarnos decidimos bañarnos juntos. Cusa curiosa y notable también, pues ni con la mujer con la que viví dos años llegué a hacer una ducha juntos, simplemente nunca lo quiso. Bien, esa mañana nos duchamos juntos. Lo que sucedió en la ducha fue algo que jamás había experimentado. Más tarde, ya en el desayuno, me dijo que había tenido dos orgasmos seguidos. Esto no es jactancia de macho; si Isabel logró tener dos orgasmos seguidos esa mañana no fue por mis dotes de amante, sino por su pasión y entrega en todo lo que hacía. Cuando una mujer se conoce, conoce su cuerpo y su sexualidad, el trabajo para llegar al orgasmo es cincuenta del hombre y cincuenta de la mujer, por lo menos.
Yo fui dos veces Tijuana y en uno de esos viajes visitamos el municipio de Tecate en compañía de sus hijos. Debo hacer honor a algo, los hijos de Isabel eran unas maravillosas personas. No había nada de incómodo en salir con ellos y parecían aceptarme de buen agrado. Íbamos a las galerías de videojuegos, al cine, a comer, a desayunar, al parque, a caminar.  Me la pasaba muy bien en su compañía. Por tal razón fue que no dude en considerar la posibilidad de vivir con ellos y de traerlos a vivir conmigo a la ciudad de México. Avanzada ya la relación, que a la postre duró cerca de dos años, tenía el deseo de hacer vida con ellos.
Ese día viajamos en autobús de Tijuana a Tecate, uno de los muchos pueblos mágicos del país. El clima era fío, con un cielo nublado y un poco gris. Almorzamos en un restaurante en la plaza y después fuimos a caminar. En un punto encontramos unos juegos infantiles donde hicimos una breve pausa. Ahí, mientras sus hijos se divertían en los juegos, Isabel y yo disfrutamos de nuestra soledad, besándonos, queriéndonos, abrasándonos bajo el frío y una pertinaz brizna que comenzaba a caer sobre el municipio y que nos orilló a retomar la caminata hacia la plaza. Una vez ahí compramos dos botellas de vino tinto y dos lingotes de queso en una pequeña tienda artesanal. Después fuimos a una de las mejores panaderías de Tecate, El mejor pan de Tecate, donde compramos unos panes que hacían honor a la fama que tiene el municipio como uno de aquellos donde mejor pan se elabora.
Ya cuando la noche se acercaba consideré la posibilidad de que nos alojáramos en un hotel, pero Isabel pensó que no sería buena idea por los problemas que eso pudiera ocasionarle con su ex marido, así que tomamos el autobús y regresamos a Tijuana.
Esta noche mientras escribo y trato de rememorar aquellos momentos, la nostalgia se apodera de mí. Ya sólo son recuerdos, como si hubiesen ocurrido en otra vida o en un extraño sueño que se va difuminando al paso del tiempo. De pronto me parece extraño pensar que en algún tiempo visité aquella ciudad en la frontera de México y recuerdo la primera vez que llegue a Tijuana, sin lograr ser certero en la época del año en que lo hice. Fue en la noche y Isabel fue a recibirme al aeropuerto, yo la vi antes de que ella me viera a mí: estaba de pie, con su largo cabello teñido de rojo acariciándole los hombros y la espalda. La miré de perfil y me acerqué a ella. Nos abrazamos. Tomamos un Taxi y enfilamos hacia la Avenida Revolución. A lo lejos, mientras descendíamos por las colinas, miraba a  la distancia las centenares de luces encendidas en la ciudad. El Taxi nos dejó en alguna calle cuyo nombre no recuerdo y de ahí caminamos a un pequeño parque donde nos sentamos en una banca. Esa noche Isabel y yo nos besamos por primera vez.        
 A mí regreso de Tijuana, tras esa primera visita, una tarde Isabel me mando decir en un mensaje que tenía ya dos semanas de retraso en su periodo menstrual. Hasta entonces se me ocurrió preguntarle si no estaba ya operada; me dijo que no. Con mis parejas formales son con las únicas con las que llego a mantener relaciones sin preservativo y con ella no fue la excepción. Isabel estaba sorprendida y contrariada, lo que me preocupó. Entré en un estado de ansiedad extrema a tal grado que me fue imposible seguir conduciendo y decidí orillarme. Por un instante vi toda mi soltería y las libertades que eso implicaba, terminadas. Al principio me invadió el miedo, lo reconozco, pero al paso de los minutos, al ir imaginando mi vida con ella, todo el miedo se tornó en alegría. Llegó el momento en el que la idea comenzó a gustarme. Si algún día tendría un hijo o hija, qué mejor que con una mujer como ella, pensé. Isabel era una mujer maravillosa, inteligente, entusiasta, amena y hermosa. Pero sobre todo yo la amaba. Pensar en un hijo con ella fue motivo de alegría. Se lo hice saber y acordamos en esperar, en no adelantar vitóres. Era evidente que ella experimentaba la misma alegría ante la sola idea de que tuviéramos un hijo en común. Sin embargo, a los pocos días me notificó que su periodo había llegado.
Yo amaba a Isabel y pasábamos el día entero enviándonos mensajes, charlando y, ya en la noche, conversábamos al teléfono largo rato. Fue un amor a distancia, un amor que se concretó y que no quedó en la lejanía. Nos vimos, nos escuchamos, nos respiramos, nos sentimos, nos besamos, nos amamos. Le escribí innumerables poemas y cartas. Estaba dispuesto a darlo todo por ella y lo hice en la medida que fue posible. Ella, Isabel, ha sido una de tres mujeres hasta hoy con las que he experimentado ese deseo de vivir eternamente. Aún hoy pienso que las cosas hubieran funcionado de haberse concretado. Aunque no lo sé.
No fue el tiempo, fueron las circunstancias respecto a algo en mí que mucho después logré entender: mi desinterés por los niños. Es algo común que las mujeres pongan a sus hijos antes que todo, y eso he tardado en comprenderlo o en querer comprenderlo. Ahora lo sé y por eso he decidido ser más prudente en mis relaciones con las madres solteras al grado de mejor procurar evitarlas. Para una mujer soltera y sin hijos es más fácil tomar ciertas decisiones, sólo tiene que pensar en ella misma. Una madre soltera  no, siempre antepone la integridad de sus hijos y esto dificulta y reduce su campo de acción. Isabel no pudo responder como yo, en mi egoísmo e incomprensión, esperaba. Ese error de mi parte, más otros míos y de parte de ella, fueron mellando nuestra relación. Aunque quizá sólo era la caducidad a la que llegan las relaciones, quizá fuimos descubriendo cosas que no nos gustaban el uno del otro; no lo sé, pero al final pasábamos más tiempo discutiendo que hablando sanamente. Aquello se apagó como un leño al que no se le alimenta más.
Un día todo terminó.
Meses después Isabel llegó a vivir a la ciudad de México con sus hijos a casa de su madre. Al fin se había separado de su esposo. No pude evitar pensar en que quizá debí haber sido más paciente.
Una noche fui a visitarla. Nos tratamos como dos amigos lejanos, como si el pasado nunca hubiese existido. Fue la última vez que la vi. Meses después me enteré que su ex esposo había venido a buscarla a la ciudad de México y habían arreglado sus diferencias; ella volvió a Tijuana con él y rehicieron su relación. Sé que ahora viven felices. Me da por pensar que mi intromisión en su vida fue una especie de sacudida y que de alguna forma les hiso ver que perderse el uno al otro no era lo mejor. Quizá las parejas a veces necesitan alejarse el uno del otro, darse un respiro; no son pocos los matrimonios que tras una infidelidad –aunque en este caso no fue tal, pues ellos ya estaban divorciados- rehacen su relación con más fuerza.
Me alegra saber que están bien ambos, que recuperaron lo que habían dejado morir. Ahora que escribo esto, han pasado cuatro años desde entonces y como a todas las mujeres con las que he tenido relación alguna, le guardo un profundo respeto. Isabel es una gran mujer y agradezco haberla encontrado en mi vida.

Putas Asesinas, Roberto Bolaño.

Es el primer contacto que tengo con la obra de Roberto Bolaño, su último libro escrito en vida.

Bolaño me parece un narrador rápido y hábil, lo que hace de su escritura una secuencia de imágenes veloces pero sin caer en la prisa. Los cuentos que componen este libro son cortos sin que por eso las historias carezcan de su grado de profundidad.
Quizá es poco lo que puedo hablar sobre el autor al conocer sólo uno de sus libros, pero para ser el primero ha sido una lectura muy satisfactoria, lo suficiente para desear conocer más de su obra.
Una de las características que me ha llamado la atención de éste libro es que muchos de los cuentos están ambientados en México, ya sea en la ciudad o en alguno de sus estados. Esto es algo que agradezco a Bolaño tratándose de un escritor chileno, ya que es muy común que los escritores mexicanos recurran a desarrollar sus historias en países europeos, quizá para darles un aire cosmopolita que les garantice la aceptación de los críticos y la elite intelectual, que al final es la que maneja la cultura en México llenándola en general de pura basura. Tristemente es un recurso muy utilizado por los escritores mexicanos.
El libro consta de 13 cuentos de ficción y quizá sólo el último, Encuentro con Enrique Lihn, tenga algo de realidad, pero será cuestión de indagar un poco más al respecto.
El título del libro corresponde a uno de los cuentos, Putas asesinas, lo que puede ser engañoso al momento de realizar la compra si nos dejamos influir por el título.
En resumen, Bolaño es un buen escritor y me alegra haberlo conocido –en la literatura, claro está. Se trata de un autor muy recomendable.      

lunes, 8 de enero de 2018

La mujer soltera, Laura Hutton.

Pensé que éste libro sería una aportación para combatir los estigmas que se les adjudican a las mujeres solteras, sin embargo, me encontré con un libro repleto de conmiseración hacia ellas. Quizá lo más grave de esto es que el libro fue escrito por una mujer, que lejos de empoderar y ubicar en un lugar digno la soltería de la mujer, hace de ella un estado de resignación y de dolor, abocándose a dar consejos sobre cómo sobrellevarla, cual si se tratase de una enfermedad.
La autora no cesa de decir que la mujer soltera es una mujer frustrada, que se trata de una inmadura sexual, una mujer incompleta que no ha podido cumplir con su rol natural y que, por lo tanto, jamás alcanzará la plenitud como mujer al no haber podido casarse y tener hijos.   
Ha sido uno de los libros más arcaicos que he leído, donde abundan los estereotipos sobre la mujer predestinada a la maternidad, al cuidado de los hijos y de su marido. Un libro inservible, que en la actualidad podría muy bien pasar por un libro de ideas machistas.  


Quizá tenga mucho que ver el hecho de que el libro haya sido escrito en la década de los sesentas (1961), aunque no es justificable, ya que por lo regular hay libros que se muestran evidentemente adelantados en pensamiento a su época, pero lamentablemente éste no es el caso; más bien parece escrito por una mentalidad ubicada en el siglo XVIII.
Les ahorro la pena y la pesadez de leerlo.

Por mi parte lo colocaré en el baño, junto al inodoro, para usarlo cuando en un descuido se me termine el papel higiénico.  
**Laura Hutton, La mujer soltera. 1961. Editorial Azteca, México.