Este será mi último
año en la década de los treintas, una década que yo definiría como complicada.
Los veintes fueron una década noble;
podría resumirla como la década del amor, de los ideales, del entusiasmo puro,
de la juventud y del ímpetu excesivo. Quizá no exista un tema que ilustre mejor
lo que para mí fue esa década que la canción de Charles Aznavoir, Hier Encore: je gaspillais le temps en croyant l'arrêter.
Trinity College, Toronto |
Mis veintes
estuvieron marcados por dos viajes al extranjero, primero fue a Canadá y
un par de años después visité Francia. Siendo un periodo de ideales, también
fue la década de la búsqueda del amor eterno y del empeño de encontrarlo;
cuando creí encontrar a la mujer con la que pasaría toda mi vida decidí vivir
con ella y me casé. Estaba lleno de sueños que eran sólo eso, “tantos proyectos
que se quedaron en el aire”, diría Aznavour.
Durante esa década
fui un romántico que quería ser escritor, así que escribía y leía mucho, mucho.
En mis empeños llegué a publicar en algunas revistas tanto de la ciudad de
México (Lenguaraz, emeequis y La pluma del ganso), como de León Guanajuato (El
canto del ahuehuete). También estudiaba
francés, ruso y chino mandarín: estaba ávido de conocimientos y estudiar y
aprender era algo que en verdad me apasionaba (una de las pasiones que
lamentablemente abandone en la siguiente década).
Cementerio Pére-Lachaise, París. |
Considero que los
veintes fueron una época teórica que comenzaría con los últimos años de la
preparatoria, seguiría en la universidad (cursé tres licenciaturas en
tres universidades distintas: Química en la UNAM, Ingeniería biomédica en la UIA
y Letras Hispánicas en la UAM. No concluí ninguna) y abarcaría todos los cursos
que por entonces tomé: todo era teoría, teoría, teoría.
Los treintas, por el contrario, han sido una
década de lucidez, de darse cuenta que no todo lo que creía en los veintes era cierto.
Los treintas han sido
una época de emprender, de concretar, de riesgos personales y profesionales,
pero sobre todo de fracasos, muchos fracasos; en los veintes la posibilidad del
fracaso ni siquiera se concibe, pero en los treintas he debido enfrentarme a
dos grandes tropiezos.
El primer tropiezo
fue al saber que el amor idílico no existe; una verdadera y sana relación de
pareja es consecuencia del respeto, de la libertad y de la honestidad, en
resumen de la madurez de los miembros. Sobre esto entendí que el amor jamás
debe ser sufrimiento. A los 30 años me fui a vivir con mi novia, a quien conocí
cuando tenía 26 años, con la firme idea de forjar un futuro, de hacer de
nosotros una pareja mejor que cualquiera. No fue, no pudo ser y terminamos por
separarnos. Aparte de lo ya dicho aprendí algo más, quienes opinaron y llegaron
a criticar mi relación fueron los primeros que desaparecieron cuando nos
separamos. La gente está siempre a la orden para criticar pero muy pocos lo
están cuando caes. También aprendí que
las bondades que se pregonan sobre el matrimonio tradicional son más falsas que
las tetas de Sabrina Sabrock.
El segundo tropiezo se
dio en el ámbito empresarial. Formé una empresa, creí que la juventud, el
ímpetu inherente a ella y mis conocimientos eran suficientes. Ahora, al albor
de los treintas, removiendo aún los fragmentos de un negocio que se desplomó y
me ha dejado casi en la ruina, sé que no es así: quise correr y corrí mucho,
pero si corres y tropiezas es seguro que irás al suelo y las caídas siempre
serán estrepitosas. Hoy sé que es mejor ir lento, así es más difícil que
caigas, y si tropiezas es más fácil retomar el equilibrio evitando la caída.
Voy terminando los treintas casi en la ruina empresarial, pero con mucha, mucha
más experiencia.
La soledad. He
conocido una cara más real y tangible de la soledad. A los veintes sientes que
estas solo y que nadie te entiende, pero siempre estas rodeado de amigos, de tu
pareja, de jóvenes como tú: nunca falta quien pueda hacerte compañía porque
la mayoría de tus allegados siguen solteros. En los treintas vas experimentando
una verdadera soledad: por un lado te distancias de tus amigos que ya han
tomado su rumbo y las aventuras y reuniones desaparecen, la prioridad es su
familia. Sin embargo, esta
conciencia más tangible de la soledad te hacer ver que debes vivir de acuerdo a
tus principios y convicciones, ya que siendo que vas marchando solo no tienes
por qué tragarte la crítica mezquina de los demás. Porque nadie de esos que te
critican estará ahí cuando fracases, nadie, nunca lo están, te quedas
completamente solo. Esta conciencia de la soledad en la que se vive te puede
revelar también tu esencia única y hacerte ver que tus circunstancias también
son únicas; entiendes que compararse con los demás es una autolaceración y un
auto menoscabo. Somos únicos, es nuestra vida y son nuestras circunstancias, lo
peor es compararse con los demás.
Cenando, CDMX. |
Así, en estos casi
cuarenta años he acumulado varias cicatrices. Pero esas cicatrices son experiencias,
pedazos de carne o alma –o lo que quiera que eso signifique- que al cicatrizar han
dejado una piel más resistente. La vida no es fácil, ni el amor, ni vivir en
pareja, ni tener una empresa, ni la soledad, nada. Pero es la vida que he
escogido, consecuencia de mis buenas o malas acciones, y hay que asumirlas y
aprender de esas experiencias.
Contrario a lo que
podría pensarse tengo mucha motivación en llegar a los cuarenta años. Lo
anhelo. Porque hoy soy consciente de lo que sé, de lo que quiero y de lo que
soy capaz de hacer. Llevo dos años abriendo camino y preparándome para
recibir mis cuarenta años con el espíritu, el cuerpo y la actitud
renovada. Me considero un joven con experiencia que ya no está dispuesto a
perder vida en lo que, ahora sé, no vale la pena. Ahora conozco, si no el
camino que debo seguir, sí el que no lleva a ningún lado. Estoy
entusiasmado y hoy busco recobrar todo eso que me llenaba de vida y que me
impulsaba cuando estaba en los veintes y que por alguna razón abandoné en los
treintas. Son cosas que aún me motivan y que al ir retomándolas he vuelto a
sentir esa pasión que estos últimos días había perdido casi por completo.
Quiero levantar mi
empresa, y otra y otras más: ya lo hice un día y sin ninguna experiencia.
También he
comprendido que una buena compañía es de las maravillas que esta vida te ofrece
y estoy dispuesto a tomarla; sin embargo ya no busco al amor de mi vida, ahora
busco a mi compañera de vida, el amor y la pasión llegaran con ella, no al
revés.
¿Qué he aprendido de
los fracasos y de estos nueve años? A no correr; el paso firme y
lento, por contrario que parezca, te ahorra muchos retrocesos. Ser
paciente; todo llega cuando no desistes, apresurar las cosas no siempre es
bueno. Los sueños se hacen realidad siempre que no desistas y hay que
estar preparados para cuando se cumplan. No tenemos por qué cargar con
cosas que ya no nos sirven y sólo nos limitan, esto aplica para
objetos y para amistades: si una carga te detiene en el camino hacia tus
sueños, hay que liberarse de ella. La principal persona a quien jamás
debes traicionar es a ti mismo; la primera persona con la que no se debe
ser egoísta es con uno mismo. Hay que alejarse de la gente tóxica,
esa gente que sólo jode, a la que no le importas una mierda y sólo te contamina
con sus ideas pesimistas o se pasa criticando tu vida con el simple objeto de
enaltecerse ante ti. Y, quizá la más importante: vivimos en un mundo de
estereotipos y moldes, hay que librarse de ellos.
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