miércoles, 27 de diciembre de 2017

Rumbo a los 40 años.

Este será mi último año en la década de los treintas, una década que yo definiría como complicada.
Los veintes fueron una década noble; podría resumirla como la década del amor, de los ideales, del entusiasmo puro, de la juventud y del ímpetu excesivo. Quizá no exista un tema que ilustre mejor lo que para mí fue esa década que la canción de Charles Aznavoir, Hier Encore:  je gaspillais le temps en croyant l'arrêter.

Trinity College, Toronto 

Mis veintes estuvieron marcados por dos viajes al extranjero,  primero fue a Canadá y un par de años después visité Francia. Siendo un periodo de ideales, también fue la década de la búsqueda del amor eterno y del empeño de encontrarlo; cuando creí encontrar a la mujer con la que pasaría toda mi vida decidí vivir con ella y me casé. Estaba lleno de sueños que eran sólo eso, “tantos proyectos que se quedaron en el aire”, diría Aznavour.
Durante esa década fui un romántico que quería ser escritor, así que escribía y leía mucho, mucho. En mis empeños llegué a publicar en algunas revistas tanto de la ciudad de México (Lenguaraz, emeequis y La pluma del ganso), como de León Guanajuato (El canto del ahuehuete).  También estudiaba francés, ruso y chino mandarín: estaba ávido de conocimientos y estudiar y aprender era algo que en verdad me apasionaba (una de las pasiones que lamentablemente abandone en la siguiente década).
Cementerio Pére-Lachaise, París.

Considero que los veintes fueron una época teórica que comenzaría con los últimos años de la  preparatoria, seguiría en la universidad (cursé tres licenciaturas en tres universidades distintas: Química en la UNAM, Ingeniería biomédica en la UIA y Letras Hispánicas en la UAM. No concluí ninguna) y abarcaría todos los cursos que por entonces tomé: todo era teoría, teoría, teoría.
Los treintas, por el contrario, han sido una década de lucidez, de darse cuenta que no todo lo que creía en los veintes era cierto.
Los treintas han sido una época de emprender, de concretar, de riesgos personales y profesionales, pero sobre todo de fracasos, muchos fracasos; en los veintes la posibilidad del fracaso ni siquiera se concibe, pero en los treintas he debido enfrentarme a dos grandes tropiezos.  

El primer tropiezo fue al saber que el amor idílico no existe; una verdadera y sana relación de pareja es consecuencia del respeto, de la libertad y de la honestidad, en resumen de la madurez de los miembros. Sobre esto entendí que el amor jamás debe ser sufrimiento. A los 30 años me fui a vivir con mi novia, a quien conocí cuando tenía 26 años, con la firme idea de forjar un futuro, de hacer de nosotros una pareja mejor que cualquiera. No fue, no pudo ser y terminamos por separarnos. Aparte de lo ya dicho aprendí algo más, quienes opinaron y llegaron a criticar mi relación fueron los primeros que desaparecieron cuando nos separamos. La gente está siempre a la orden para criticar pero muy pocos lo están cuando caes.  También aprendí que las bondades que se pregonan sobre el matrimonio tradicional son más falsas que las tetas de Sabrina Sabrock. 
El segundo tropiezo se dio en el ámbito empresarial. Formé una empresa, creí que la juventud,  el ímpetu inherente a ella y mis conocimientos eran suficientes. Ahora, al albor de los treintas, removiendo aún los fragmentos de un negocio que se desplomó y me ha dejado casi en la ruina, sé que no es así: quise correr y corrí mucho, pero si corres y tropiezas es seguro que irás al suelo y las caídas siempre serán estrepitosas. Hoy sé que es mejor ir lento, así es más difícil que caigas, y si tropiezas es más fácil retomar el equilibrio evitando la caída. Voy terminando los treintas casi en la ruina empresarial, pero con mucha, mucha más experiencia. 

La soledad. He conocido una cara más real y tangible de la soledad. A los veintes sientes que estas solo y que nadie te entiende, pero siempre estas rodeado de amigos, de tu pareja, de jóvenes como tú: nunca falta quien pueda hacerte compañía porque la mayoría de tus allegados siguen solteros. En los treintas vas experimentando una verdadera soledad: por un lado te distancias de tus amigos que ya han tomado su rumbo y las aventuras y reuniones desaparecen, la prioridad es su familia. Sin embargo, esta conciencia más tangible de la soledad te hacer ver que debes vivir de acuerdo a tus principios y convicciones, ya que siendo que vas marchando solo no tienes por qué tragarte la crítica mezquina de los demás. Porque nadie de esos que te critican estará ahí cuando fracases, nadie, nunca lo están, te quedas completamente solo. Esta conciencia de la soledad en la que se vive te puede revelar también tu esencia única y  hacerte ver que tus circunstancias también son únicas; entiendes que compararse con los demás es una autolaceración y un auto menoscabo. Somos únicos, es nuestra vida y son nuestras circunstancias, lo peor es compararse con los demás. 

Cenando, CDMX.

 Así, en estos casi cuarenta años he acumulado varias cicatrices. Pero esas cicatrices son experiencias, pedazos de carne o alma –o lo que quiera que eso signifique- que al cicatrizar han dejado una piel más resistente. La vida no es fácil, ni el amor, ni vivir en pareja, ni tener una empresa, ni la soledad, nada. Pero es la vida que he escogido, consecuencia de mis buenas o malas acciones, y hay que asumirlas y aprender de esas experiencias.
Contrario a lo que podría pensarse tengo mucha motivación en llegar a los cuarenta años. Lo anhelo. Porque hoy soy consciente de lo que sé, de lo que quiero y de lo que soy capaz de hacer. Llevo dos años abriendo camino y preparándome para recibir  mis cuarenta años con el espíritu, el cuerpo y la actitud renovada. Me considero un joven con experiencia que ya no está dispuesto a perder vida en lo que, ahora sé, no vale la pena. Ahora conozco, si no el camino que debo seguir, sí el que no lleva a ningún lado.  Estoy entusiasmado y hoy busco recobrar todo eso que me llenaba de vida y que me impulsaba cuando estaba en los veintes y que por alguna razón abandoné en los treintas. Son cosas que aún me motivan y que al ir retomándolas he vuelto a sentir esa pasión que estos últimos días había perdido casi por completo.
Quiero levantar mi empresa, y otra y otras más: ya lo hice un día y sin ninguna experiencia.
También he comprendido que una buena compañía es de las maravillas que esta vida te ofrece y estoy dispuesto a tomarla; sin embargo ya no busco al amor de mi vida, ahora busco a mi compañera de vida, el amor y la pasión llegaran con ella, no al revés.
¿Qué he aprendido de los fracasos y de estos nueve años? A no correr; el paso firme y lento, por contrario que parezca, te ahorra muchos retrocesos. Ser paciente; todo llega cuando no desistes, apresurar las cosas no siempre es bueno. Los sueños se hacen realidad  siempre que no desistas y hay que estar preparados para cuando se cumplan. No tenemos por qué cargar con cosas que ya no nos sirven y sólo nos limitan, esto aplica para objetos y para amistades: si una carga te detiene en el camino hacia tus sueños, hay que liberarse de ella. La principal persona a quien jamás debes traicionar es a ti mismo; la primera persona con la que no se debe ser egoísta es con uno mismo. Hay que alejarse de la gente tóxica, esa gente que sólo jode, a la que no le importas una mierda y sólo te contamina con sus ideas pesimistas o se pasa criticando tu vida con el simple objeto de enaltecerse ante ti. Y, quizá la más importante: vivimos en un mundo de estereotipos y moldes, hay que librarse de ellos.

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