Hace un par de días vi a Lupe,
a quien conocí cuando yo tenía 15 años y ella un poco menos. La vi pasar con su nieto,
porque su hija se embarazó siendo una adolescente igual que como sucedió con ella. Y es
que suelen repetirse los patrones cuando el medio en el que te desenvuelves no
cambia.
Mucho tiempo después de que Lupe
se embarazó y dio
a luz, uno de mis hermanos me dijo que yo le gustaba a Lupe. Jamás me lo
hubiera imaginado y por entonces yo andaba con Marisol, de quien hablare después.
Lupe era y sigue siendo
una mujer guapa, pero como sucede con muchas de las niñas en la
colonia donde crecí, acabó embarazada y abandonada antes de los 18 años. Así que Lupe se
convirtió en
abuela soltera a los 30 y tantos. Me resulta extraño, como si
viviéramos
en mundos distintos por el hecho de que ella ya es abuela mientras yo sigo soltero
y sin hijos.
Suelo pensar en eso, en
la tranquilidad de mi vida frente a la de quienes tienen responsabilidades tan
grandes como las de lidiar con bebés a los 20 años o con adolescentes a los 30. Supongo que gozo
de muchos privilegios de los que Lupe y otros y otras tantas no pueden
disfrutar o ya ni siquiera recuerdan.
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