domingo, 31 de diciembre de 2017

La soledad

Cuando le dices a alguien que vives sol@ o que no tienes pareja, siempre puedes notar en quien te escucha un dejo de conmiseración que intentan disimular. Por alguna razón la soledad, en todos sus aspectos, es mal vista. La mayoría le huye y les resulta insoportable; una buena parte de esa mayoría se hace rodear de cualquier tipo de compañía con tal de no estar o sentirse solos. Por triste que parezca hay matrimonios y parejas que se conforman por el simple miedo a la soledad.


Sin embargo, es difícil no hablar de la soledad estando solter@s. Para alguien solter@ la soledad es algo que siempre estará presente, al menos en una de sus formas.
Siempre he considerado que existen dos tipos de soledad, la primera es esa soledad en la que uno se encuentra cuando despierta por la mañana o cuando va a dormir, en los casos cuando se vive solo. Es la soledad de cuando un fin de semana decides pasarlo en tu departamento sin ninguna compañía. Esta es una soledad que se disfruta, una soledad en la que estas contigo mismo o misma y sirve como un momento de paz, de calma, que se puede dedicar al esparcimiento, a la lectura, al estudio, a alejarse por un periodo de todo el ruido de la ciudad. Es una soledad que disfruto mucho y personalmente puedo pasar largos periodos solo en mi casa sin que esto represente problema alguno. Por ejemplo, al menos dos años consecutivos la pase solo en las fiestas de diciembre, no porque no tuviera con quien ir, sino porque gracias a las malas experiencias supe que estaba mejor solo en mi casa, que rodeado de gente que me hacía sentir, eso sí, solo.
Paseo de la Reforma, CDMX

Es en esos momentos de aislamiento en los que puedo escribir o leer, en los que juego videojuegos, en los que veo películas, en los que descanso, en los que hago lo que me gusta.
 Pero hay una soledad que es abrasiva, incómoda y exasperante. Es esa soledad que se experimenta a veces, irónicamente, cuando estas acompañado.
Recuerdo haber ido un fin de año a casa de unos familiares que me insistieron para que los acompañara y para que “no me la pasara solo”, así lo dijeron. Llegué a su casa alrededor de las 8 de la noche, todos estaban en lo suyo; me la pasé sentado en el sofá desde las 8 hasta las 11 de la noche mirando el televisor. Hasta que comenzaron a llegar. Cené y me disculpé, me fui. Fue desagradable. Estaba en compañía pero solo.
Algo que es muy frecuente en estos días es que cuando te citas con alguien para tomar un café o lo que sea, esa persona se la pasa en el teléfono y apenas te presta atención. Dan ganas de levantarse e irse.
Es la soledad del abandono, de la indiferencia, son momentos en los que tu presencia parece prescindible. La soledad de no tener con quien hablar porque quien tienes frente a ti sólo habla de sí mismo o sí misma, no hay diálogo. Está soledad es a veces dolorosa y, como tal, es indeseable.
Hay veces en las que he permanecido callado durante toda una cita, sólo escuchando a quien está conmigo, de pronto me dicen “¿siempre eres así de serio?”. ¿No es absurdo? Lo es, tanto como sentirse solo en una ciudad donde abunda la gente, pero somos ya tan indiferentes, tan ensimismados, que todo lo que esté a nuestro alrededor ya no nos importa. Quizá ésta sea la época donde más profunda y común se ha vuelto este tipo de soledad.
Plaza Santo Domingo, CDMX

Estos días de diciembre son en los que el sentimiento de soledad puede ahondarse profundamente, ya que priva en el aire un ambiente de familiaridad y compañerismo, vemos a las familias reunidas, todos en compañía. Sin embargo, el que la pasemos solos no significa que la pasemos mal; yo he pasado dos navidades solo y la pasé mejor que en otras donde estaba rodeado de gente.
Y respecto a esa soledad tan corrosiva, creo que siempre está en nuestras manos alejarnos de los momentos y las compañías que nos hacen sentir así. Esta soledad es inevitable, llega de improviso, podemos experimentarla en casi cualquier lugar  y, como he dicho, a veces en los lugares más concurridos – diría Mario Benedetti, tengo una soledad tan concurrida- . Podemos estar más a gusto con una sóla persona que rodeados de una multitud, al menos sucede en mi caso.
Deseo que disfruten de sus días y de sus momentos de soledad, y que puedan escapar o encontrar la compañía para hacerlo, de esa soledad que tanto puede lastimarnos.
s
  ss 

La verdad de mi soltería, Gustavo Ferran.

Para Javier, Máximo y Jorge.

Amigos míos.

Perdónenme que haya tardado tanto en morir. Tengo cuarenta años y hace casi los cuarenta que estoy cansado de la vida. Tan cansado que no he querido tomarme el trabajo de morirme por mi cuenta. Para unos he sido un escritor morboso, para otros un gran talento y para todos un hombre solitario y extravagante. Pero hay algo que nadie ha podido negarme nunca, mi sinceridad. Jamás he dicho una mentira que pudiera favorecerme y mucho menos una mentira cobarde. Sólo una cosa he callado siempre: el secreto de mi soltería. Y sólo a ustedes quiero confesarlo. Porque sólo ustedes son capaces de comprenderme. Escuchen, amigos, la verdad de mi vida, escúchenla solemnemente. Escúchenla de pie.
Yo sé que ustedes han hecho una religión de la amistad y del amor; se los agradezco y admiro, pero no puedo compartir su optimismo porque yo, queridos amigos, yo los he engañado con sus tres esposas.
Gustavo Ferran.

Fragmento de la película Las tres perfectas Casadas. 1971. Dirigida por Benito Alazraky, con Mauricio Garcés como Gustavo Ferran.

Una de las películas que más me gustan.
Acá les dejo el enlace:
https://youtu.be/ywam9Uhzwcw

jueves, 28 de diciembre de 2017

Rebeca

A Rebeca la conocí cuando ella tenía quince años y yo veinte. Fue a través de su prima, Coral, que por entonces trabajaba como asistente de mi papá. Sin embargo, no fue sino hasta años después que comenzamos a frecuentarnos y que nació nuestra amistad.
Rebeca es una mujer delgada, de estatura media, morena y de cabello rizado. Guapa. Una mujer activa que, al igual que yo, ha pasado buena parte de su vida soltera. Cuando las conocí ambas pertenecían a la organización religiosa de los Testigos de Jehová. Debo decir que parte de nuestra amistad floreció porque comencé a acudir con ellas a las reuniones, aunque lo mío era más bien puro interés por convivir con ellas y las otras chicas de la congregación. Jamás he sido creyente.
Lo que pasó con Rebeca ha sido peculiar. No sé cómo sucedió, pero en un momento de nuestra incipiente relación de amistad, que perdura hasta hoy, ésta comenzó a tomar un cariz erótico. ¿Cómo fue? En verdad no lo recuerdo a detalle. Sólo sé que de pronto, un día, estábamos besándonos apasionadamente; meses después aquello escaló a las caricias para por fin, mucho tiempo más tarde, terminar en relaciones sexuales. El lapso en el que eso sucedió fue más bien muy largo, de años.
Es razonable preguntarse por el hecho de que jamás hayamos tenido una relación amorosa y que hasta la fecha se mantenga sólo como una relación amistosa con esporádicos encuentros eróticos. Es tal nuestra amistad y la forma en que la mantenemos que, cuando no soy yo,  a veces ella me busca y directamente, sin rodeos, me dice “tengo ganas”. Entonces paso por ella para ir a mi departamento o al suyo, o en ocasiones acudimos a un hotel y ahí terminamos teniendo relaciones. Es posible que se estén preguntando cómo es que una Testigo de Jehová ha tenido ese comportamiento imperdonable para alguien de la congregación, pues bien, mi amiga fue expulsada.
¿Qué ha pasado entre ella y yo? ¿Por qué jamás hemos terminado en una relación sentimental como podría pensarse que sucedería? Creo que ambos comprendimos desde el principio que no éramos compatibles en ese sentido; porque aun cuando tenemos una estrecha amistad hay muchas cosas en las que chocamos, como las costumbres, hábitos, creencias y, aún, nuestras aspiraciones.  
No sabría decir qué sentimiento es el que nos mantiene unidos, si una especie de amor amistoso, aprecio, cariño, no lo sé. Sin embargo, llevamos una relación de amistad de alrededor de 24 años y hemos sido confidentes de lo que ha pasado en nuestras relaciones amorosas y en nuestras vidas. Hemos hablado de casi todo y hemos aprendido mucho el uno del otro de nuestras respectivas experiencias en la vida.
A veces, una tarde cualquiera, nos contactamos; hacemos una cita para un café o lo que sea. Nos vemos en alguna cafetería, en su casa o paso por ella para ir a la mía. A veces simplemente charlamos mientras ella bebe su café dulce y yo mi café sin azúcar. Hablamos de su trabajo, de su vida, de los hombres que la pretenden y con los que ella quisiera algo más; a través de ella he conocido el otro lado del juego de la seducción, el de ellas, las mujeres; me ha contado de los fallos que los hombres que la cortejan han tenido, de los aciertos, etc.  He aprendido mucho de ella. Y así han sido muchas de nuestras reuniones, después cada uno va a su casa. Otras, de forma espontánea o premeditada, ella comienza a coquetearme, o quizá sea yo quien me acerque y la bese o la acaricie. Hay confianza y complicidad. Terminamos haciendo el amor. Y así ha sido nuestra relación en los últimos años.
No sé cómo considerar nuestra amistad, pero ha sido muy íntima en todos los aspectos y eso me parece una gran fortuna en mi vida. Rebeca es de las mujeres que me han nutrido mucho y hay mucho más que hablar de ella pero será en otras ocasiones que siempre leer un texto muy prolongado se vuelve tedioso.    

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Rumbo a los 40 años.

Este será mi último año en la década de los treintas, una década que yo definiría como complicada.
Los veintes fueron una década noble; podría resumirla como la década del amor, de los ideales, del entusiasmo puro, de la juventud y del ímpetu excesivo. Quizá no exista un tema que ilustre mejor lo que para mí fue esa década que la canción de Charles Aznavoir, Hier Encore:  je gaspillais le temps en croyant l'arrêter.

Trinity College, Toronto 

Mis veintes estuvieron marcados por dos viajes al extranjero,  primero fue a Canadá y un par de años después visité Francia. Siendo un periodo de ideales, también fue la década de la búsqueda del amor eterno y del empeño de encontrarlo; cuando creí encontrar a la mujer con la que pasaría toda mi vida decidí vivir con ella y me casé. Estaba lleno de sueños que eran sólo eso, “tantos proyectos que se quedaron en el aire”, diría Aznavour.
Durante esa década fui un romántico que quería ser escritor, así que escribía y leía mucho, mucho. En mis empeños llegué a publicar en algunas revistas tanto de la ciudad de México (Lenguaraz, emeequis y La pluma del ganso), como de León Guanajuato (El canto del ahuehuete).  También estudiaba francés, ruso y chino mandarín: estaba ávido de conocimientos y estudiar y aprender era algo que en verdad me apasionaba (una de las pasiones que lamentablemente abandone en la siguiente década).
Cementerio Pére-Lachaise, París.

Considero que los veintes fueron una época teórica que comenzaría con los últimos años de la  preparatoria, seguiría en la universidad (cursé tres licenciaturas en tres universidades distintas: Química en la UNAM, Ingeniería biomédica en la UIA y Letras Hispánicas en la UAM. No concluí ninguna) y abarcaría todos los cursos que por entonces tomé: todo era teoría, teoría, teoría.
Los treintas, por el contrario, han sido una década de lucidez, de darse cuenta que no todo lo que creía en los veintes era cierto.
Los treintas han sido una época de emprender, de concretar, de riesgos personales y profesionales, pero sobre todo de fracasos, muchos fracasos; en los veintes la posibilidad del fracaso ni siquiera se concibe, pero en los treintas he debido enfrentarme a dos grandes tropiezos.  

El primer tropiezo fue al saber que el amor idílico no existe; una verdadera y sana relación de pareja es consecuencia del respeto, de la libertad y de la honestidad, en resumen de la madurez de los miembros. Sobre esto entendí que el amor jamás debe ser sufrimiento. A los 30 años me fui a vivir con mi novia, a quien conocí cuando tenía 26 años, con la firme idea de forjar un futuro, de hacer de nosotros una pareja mejor que cualquiera. No fue, no pudo ser y terminamos por separarnos. Aparte de lo ya dicho aprendí algo más, quienes opinaron y llegaron a criticar mi relación fueron los primeros que desaparecieron cuando nos separamos. La gente está siempre a la orden para criticar pero muy pocos lo están cuando caes.  También aprendí que las bondades que se pregonan sobre el matrimonio tradicional son más falsas que las tetas de Sabrina Sabrock. 
El segundo tropiezo se dio en el ámbito empresarial. Formé una empresa, creí que la juventud,  el ímpetu inherente a ella y mis conocimientos eran suficientes. Ahora, al albor de los treintas, removiendo aún los fragmentos de un negocio que se desplomó y me ha dejado casi en la ruina, sé que no es así: quise correr y corrí mucho, pero si corres y tropiezas es seguro que irás al suelo y las caídas siempre serán estrepitosas. Hoy sé que es mejor ir lento, así es más difícil que caigas, y si tropiezas es más fácil retomar el equilibrio evitando la caída. Voy terminando los treintas casi en la ruina empresarial, pero con mucha, mucha más experiencia. 

La soledad. He conocido una cara más real y tangible de la soledad. A los veintes sientes que estas solo y que nadie te entiende, pero siempre estas rodeado de amigos, de tu pareja, de jóvenes como tú: nunca falta quien pueda hacerte compañía porque la mayoría de tus allegados siguen solteros. En los treintas vas experimentando una verdadera soledad: por un lado te distancias de tus amigos que ya han tomado su rumbo y las aventuras y reuniones desaparecen, la prioridad es su familia. Sin embargo, esta conciencia más tangible de la soledad te hacer ver que debes vivir de acuerdo a tus principios y convicciones, ya que siendo que vas marchando solo no tienes por qué tragarte la crítica mezquina de los demás. Porque nadie de esos que te critican estará ahí cuando fracases, nadie, nunca lo están, te quedas completamente solo. Esta conciencia de la soledad en la que se vive te puede revelar también tu esencia única y  hacerte ver que tus circunstancias también son únicas; entiendes que compararse con los demás es una autolaceración y un auto menoscabo. Somos únicos, es nuestra vida y son nuestras circunstancias, lo peor es compararse con los demás. 

Cenando, CDMX.

 Así, en estos casi cuarenta años he acumulado varias cicatrices. Pero esas cicatrices son experiencias, pedazos de carne o alma –o lo que quiera que eso signifique- que al cicatrizar han dejado una piel más resistente. La vida no es fácil, ni el amor, ni vivir en pareja, ni tener una empresa, ni la soledad, nada. Pero es la vida que he escogido, consecuencia de mis buenas o malas acciones, y hay que asumirlas y aprender de esas experiencias.
Contrario a lo que podría pensarse tengo mucha motivación en llegar a los cuarenta años. Lo anhelo. Porque hoy soy consciente de lo que sé, de lo que quiero y de lo que soy capaz de hacer. Llevo dos años abriendo camino y preparándome para recibir  mis cuarenta años con el espíritu, el cuerpo y la actitud renovada. Me considero un joven con experiencia que ya no está dispuesto a perder vida en lo que, ahora sé, no vale la pena. Ahora conozco, si no el camino que debo seguir, sí el que no lleva a ningún lado.  Estoy entusiasmado y hoy busco recobrar todo eso que me llenaba de vida y que me impulsaba cuando estaba en los veintes y que por alguna razón abandoné en los treintas. Son cosas que aún me motivan y que al ir retomándolas he vuelto a sentir esa pasión que estos últimos días había perdido casi por completo.
Quiero levantar mi empresa, y otra y otras más: ya lo hice un día y sin ninguna experiencia.
También he comprendido que una buena compañía es de las maravillas que esta vida te ofrece y estoy dispuesto a tomarla; sin embargo ya no busco al amor de mi vida, ahora busco a mi compañera de vida, el amor y la pasión llegaran con ella, no al revés.
¿Qué he aprendido de los fracasos y de estos nueve años? A no correr; el paso firme y lento, por contrario que parezca, te ahorra muchos retrocesos. Ser paciente; todo llega cuando no desistes, apresurar las cosas no siempre es bueno. Los sueños se hacen realidad  siempre que no desistas y hay que estar preparados para cuando se cumplan. No tenemos por qué cargar con cosas que ya no nos sirven y sólo nos limitan, esto aplica para objetos y para amistades: si una carga te detiene en el camino hacia tus sueños, hay que liberarse de ella. La principal persona a quien jamás debes traicionar es a ti mismo; la primera persona con la que no se debe ser egoísta es con uno mismo. Hay que alejarse de la gente tóxica, esa gente que sólo jode, a la que no le importas una mierda y sólo te contamina con sus ideas pesimistas o se pasa criticando tu vida con el simple objeto de enaltecerse ante ti. Y, quizá la más importante: vivimos en un mundo de estereotipos y moldes, hay que librarse de ellos.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Las mujeres en mi vida.

De Nathalie Picoulet
Siendo soltero he podido relacionarme de forma mucho más libre con las mujeres. Me refiero a que puedo salir, charlar o pasear y mantener amistad con ellas sin restricción alguna y sin tener que mentir u ocultarme: Ventajas de ser soltero.

Tengo muchas amigas. Amigas de la infancia o de la adolescencia, de la universidad; ex novias con las que aún mantengo relación de amistad y mujeres que he ido conociendo en el transcurso de estas casi cuatro décadas de vida (al momento en que escribo esto estoy por cumplir treinta y nueve años de vida). Todas ellas han dejado, o van dejando, huella en mi vida; algunas la han cambiado, otras han dejado en mi memoria gratos recuerdos que me llevaré hasta la muerte. Ha habido, en efecto, momentos tristes, pero son los menos.
Mujeres, he vivido rodeado de ellas y puedo decir que son lo que más me gusta de este mundo. Son para mí, como dicen, “una de las bellas artes”; son lo que le da sentido a mi existencia, a mi empeño, a mis esfuerzos; para qué negarlo, y es que ¿hay acaso otra razón más importante para ser hombre?
Con lo anterior no quiero decir que he sido un mujeriego. Dicen que en la vida hay tres tipos de hombres: Los Don Juanes; los que quisieron serlo y no pudieron, y los que pudieron serlo y no quisieron.  Yo son de los segundos, la razón es que suelo enamorarme fácilmente y no tengo ni la moral para mentirle a una mujer de esa forma, ni la intención de vivir una vida llena de frustración. Diré simplemente que teniendo pareja me centro completamente en ella, en nosotros; en realidad mis intereses jamás han sido andar con muchas mujeres, no es algo que me motive ni que me estimule. Hay muchas otras cosas que me nutren como ser humano, ser un Don Juan no es una de ellas.

Sin embargo, por una u otra razón he llegado soltero a mis treinta y nueve años. Son casi cuatro décadas de vida en las que, al no haberme casado, he tenido la libertad de relacionarme con cuanta mujer aparece en mi vida. Pero hay que aclarar algo, al decir “relacionarme” no debe leerse como que me he acostado con todas. Muchas han sido, y son, mera amistad. Y  la amistad con una mujer es de las cosas más preciadas que he podido tener de ellas.
Las mujeres son distintas a nosotros, ven las cosas de diferente manera y compartir esa visión que tienen del mundo nutre mucho. Con cada mujer con la que he compartido momentos de mi vida he aprendido mucho más que de aquellos hombres que se dicen Don Juanes y creen saber todo de ellas. Me gusta hablar con ellas, pero sobre todo me gusta escucharlas. Muchos hombres se han privado estúpidamente de todo lo que puede aportarles la mente femenina.
Algo he aprendido, las mujeres son diferentes entre ellas; cada mujer es única y es una vaguedad intentar generalizar. Haberlas conocido a cada una de ellas me hace sentir afortunado, pero aún y cuando la soltería me ha brindado esa posibilidad sigo guardando el deseo de compartir mi vida con una, ya alguna vez viví con una mujer y es una experiencia maravillosa.

Por todo lo anterior he creado el tag "Ellas", para hablar precisamente de ellas, de cada una de las mujeres que he conocido (y voy conociendo) en mi vida y de una u otra forma han influido en ella.
Va por ellas con todo el aprecio y admiración que me merecen.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Mariana

La primera mujer de la que comenzaré hablando es de Mariana por una enorme razón, en este momento en que he decidido escribir sobre las mujeres que aromatizan mi vida, es ella la única mujer por la que me gustaría abandonar mi soltería. Pero como grande es la razón de mi interés por ella grande es la dificultad que enfrento para hacerla realidad: Mariana vive en Colombia, yo en México.
El espíritu animoso dirá que todo es posible, y en efecto la esperanza en ello es algo que se mantiene vivo, aunque a veces agonizante. Es posible, cierto, pero sólo desde mi perspectiva; ella es un ser humano libre y es posible que para ella esa posibilidad ni siquiera este contemplada. La mía es, al fin, la tragedia de todo ser humano que quisiera intentar algo con otra persona.
Mariana se ha convertido en un ideal, en eso que atina a decir Pablo Milanes “no es perfecta, más se acerca a lo que yo simplemente soñé”.
Al momento de intentar hacer una descripción de lo que para mí es Mariana, la primera palabra que me llega a la mente es “linda”. Mariana es linda; es cinco años menor que yo, es decir que está dentro del rango de mujeres de mi generación; le gusta leer, es una mujer libre, independiente, ama a su mascota, es una mujer que va hacia adelante, que no se conforma; una mujer que busca, que avanza. Por si fuera poco, no desea tener hijos; le gusta viajar, aprender y experimentar. Es una mujer amigable y ha sido buena amiga a la distancia. ¿Podría ser mejor? Sí, es colombiana y es una mujer hermosa.
Jamás le he hablado de amor, ni siquiera como una insinuación accidental porque, seré honesto, no la amo, pero sé que fácilmente podría hacerlo (deseo hacerlo). Y asediarla en este momento en el que ni nos hemos visto, sería un riesgo muy grande pues en vez de acercarme más a ella podría alejarme, y este temor podrá darles una idea del grado en que aprecio su presencia en mi vida.
Mis planes más próximos son conocerla personalmente, pero el revés económico que he sufrido en mi negocio ha demorado que cumpla este deseo. Espero que cuando esto suceda no sea ya demasiado tarde, y espero aún más –o mejor dicho, lo deseo también- que ella no destruya esa esperanza que he cimbrado con ella, y mejor aún la avive.
No le he dicho nada ni le he prometido nada, porque las promesas las hace cualquiera y con ella sólo quiero manejarme con certezas; tal es el pedestal en que la tengo sin que ella lo sepa. Y he resistido hacerlo, tantas e innumerables veces.  
Hay algo importante: ella vendrá a México en un par de meses. No echaré a perder nuestra amistad, pero si logro atizar un poco de interés por mí de su parte, no dejaré pasar la oportunidad. Y pongo todo mi empeño en poder ir a Colombia enseguida que ella venga.
Todo esto ha sido algo doloroso, pero debo manejarme en la realidad, aunque duela. Si hay algo más doloroso que la verdad es el descubrimiento de una mentira, de una ilusión vaga y sin sustento alguno.
De saber que ella siente algo, aunque sea distante, parecido a lo que yo siento por ella, haría todo a mi alcance por concretarlo. Quizá algún@s piensen que debo arriesgarme, pero no voy a perder una valiosa amistad por un lance a ciegas, o no sé, eso pienso, a menos que no sea lo suficientemente lucido para notar lo contrario. En fin, ella es Mariana y seguro que volveré hablarles de ella.          

martes, 12 de diciembre de 2017

Pro aborto y defensor de animales, ¿una contradicción?

Para los que estamos a favor del aborto y también nos asumimos en contra del maltrato animal, hay quienes encuentran una contradicción y nos llaman “doble moral”.
Detrás de esa acusación no hay nada que la sustente, es simplemente una forma de joder, de intentar hacernos creer que defender la vida de los animales no tiene sentido si estas a favor del aborto. Para ellos el aborto representa un atentado contra la vida, un asesinato. No se puede estar a favor del asesinato cuando se está contra las corridas de toros o contra el maltrato animal, esa es su “lógica”, entrecomillada porque de lógica no tiene nada.


Como no puedo ser la voz de todos hablaré a título personal.
La cuestión tras mi postura a favor del aborto es por una concepción más profunda sobre la vida del ser humano y que no sólo se reduce a asumirla en un sentido biológico. Quienes condenan el aborto defendiendo la vida no ponen el mismo empeño en defender la vida de los niños y niñas que viven bajo las peores condiciones humanas. Sí hay campañas e inversión para plantar postura contra el aborto, pero esas mismas personas jamás hacen campañas para proporcionar una vida digna a esos seres humanos que ya forman parte activa de nuestra sociedad. Mi postura –como quizá la de muchos- es por evitar el sufrimiento y la miserable vida de todos esos seres humanos que han llegado a este mundo a vivir una muerte lenta y agónica. Sí, hay una mayoría de esos seres que llegan por la irresponsabilidad de sus padres, sin embargo, esa irresponsabilidad no tiene por qué pagarla el nuevo ser que ha nacido de ellos. La intención tras el apoyo al aborto es precisamente evitar la proliferación de seres humanos en condiciones de penosa existencia, que sólo sufren abandono, maltratos, carencias y sufrimiento. ¿Se trata de traer al mundo más seres humanos para que “vivan” a toda costa aunque lleven una existencia miserable en cada uno de sus días? Aquí apelar a cuestiones religiosas no cabe, ya que Dios tampoco ha bajado a alimentar ni a dar una vida digna a todos esos niños y niñas.
 Así entonces, bajo esta ideología, es fácil entender por qué los buscamos que quienes habitan el planeta lo hagan de forma digna, procuremos también una vida digna y sin sufrimientos para los animales.  
La muerte es algo inevitable para todos, sin embargo, a pesar de que sabemos que algún día vamos a morir, deseamos que ese suceso se dé sin sufrimiento. El sufrimiento, considero yo, es lo que buscamos evitar tanto en los seres humanos como en los demás seres vivos. Y así como no deseamos que un ser humano venga a este mundo a sufrir, sin ninguna oportunidad por llevar una vida digna, del mismo modo deseamos que los animales eviten sufrimientos.

En realidad, creo yo, no hay ninguna doble moral tras la aparente contradicción entre quienes defendemos el aborto y a la par defendemos la vida de los animales.  

El tema del aborto da para mucho más texto, sin embargo, esta explicación no tiene como fin ahondar sobre ello. Sólo quise plantar mi postura ante quienes creen encontrar una doble moral en quienes estamos a favor de aborto y nos manifestamos contra el maltrato animal.  

lunes, 11 de diciembre de 2017

Murió mi gato, Rubio.

Hoy en la madrugada un perro mató a mi gato, Rubio.

Lo encontré tirado en la esquina de la casa, inmóvil y sucio; el cuello apretujado y unos orificios en él manchados de sangre.
Ya sé que en la muerte de cualquier mascota hay algo de responsabilidad del propietario, porque al final están bajo tu cargo. Sin embargo, es muy difícil cubrir todos los aspectos de su seguridad sin que, en la misma proporción, restrinjamos su libertad. Siempre puede haber algo fuera de nuestras manos, aún en nuestra vida cotidiana esto es así.
Rubio pidiendo atención.
Mi gato solía visitar el tejado de mi vecino, hasta ahí era su límite. De alguna forma el día de ayer logró bajar al patio y de ahí salir a la calle brincando una puerta metálica considerablemente alta. Supongo que siendo un gato casero, jamás expuesto a ningún tipo de peligro, no supo manejarse fuera y, creo yo, el perro lo tomó por sorpresa. Cerca de donde lo encontré hay dos árboles que pudo haber trepado para huir, un par de metros más allá hay una pickup donde pudo guarecerse. Creo que debido a su inexperiencia fue que lo tomaron desprevenido.


Asumo la responsabilidad que me corresponde, pero es imposible e inhumano atar a un gato. Tampoco me fue posible cubrir todas sus posibilidades de exploración.
Me queda el dolor de su pérdida, pero también la satisfacción de saber que fue un gato rescatado de la calle y que los meses que vivió con nosotros –mi gata y yo- la pasó de maravilla. Jamás recibió una reprimenda, comió bien, jugo, durmió a placer, lo abracé cuanto pude, quizá más. Fue un gato querido y eso siempre se le demostró. Jamás le negué una caricia, jamás lo ignoré.
Rosa y Rubio

Hay cosas que no olvidaré, como esa costumbre que tenía de acompañarme al sanitario y montarse sobre mis piernas. Cuando le abría la pequeña puerta siempre se lo tomaba con calma antes de entrar, y lo hacía encorvado y como danzando. Era un obsesionado con los pies, apenas miraba mis pies descalzos se lanzaba a morderlos. Le gustaba subir al techo y pasar la mayor parte del día ahí tomando el sol. Era un trepador, un tira objetos, un gato muy dócil. Se ha ido Rubio. Sé que vivió bien, que fue feliz. Y lo que importa es lo vivido, tras la muerte ya no hay más.
Lo extraño.

lunes, 4 de diciembre de 2017

La sandía y el cunnilingus

Me gustan los frutos jugosos como la mayoría de los cítricos. En especial me gustan las naranjas, las mandarinas y las limas. Sin embargo, ese gusto tiene mucho que ver con una peculiaridad en la manera que prefiero comerlos: en gajos.
Sí, prefiero retirarles la cascara e ir comiendo gajo por gajo; morder de forma individual  cada lóbulo tibio y que con la presión de mi boca éste reviente desprendiendo todo su jugo.
Sucede lo mismo con la sandía o el melón. Éstos frutos tienen una característica similar a los gajos de los cítricos que mencioné; la diferencia radica en que son, digamos, carnosos. Pero al morder su carne irremediablemente discurren en jugo, un jugo que no deja recoveco de tu boca sin inundar.


¿No sucede algo similar cuando practicas cunnilingus a una mujer?
Quienes gustamos de esa práctica sabemos que puede ser similar a comer una sandía sin recato, sosteniendo de la cascara una generosa rebanada con ambas manos, en un gesto casi equiparable a cuando rodeas los muslos para atraer hacia ti el monte de Venus. Así haces con la sandía, la atraes hacia ti, comes y deglutes y es imposible salir bien librado: el jugo rojo empapa alrededor de tus labios, la punta de la nariz –casi es posible respirar el líquido-, y se escurre por tu mentón, te llega a las mejillas y así tienes medio rostro empapado.
Algo similar sucede cuando sitúas tu rostro en medio de las piernas de una mujer e intentas devorarla.
Vas hacia ese cuerpo a degustar sin recato -como debería ser el sexo-, a empaparte, lo sabes; pero en el caso de la mujer se trata de un fruto perenne y por más esfuerzo que hagas permanece ahí: infructuosa labor por ingerirlo, por exprimirlo todo.  Puedes estar ahí un buen tiempo, como comiendo una sandía o un melón tras otro.  Y terminas con la boca endulzada, desconcertado y satisfecho.  
Desde esa postura puedes ver los dos senos reposando a lo lejos, como cuando vas en territorio llano y a lo lejos divisas los montículos a los que esperas ascender. Montículos que tiemblan en cada espasmo, como hechos de arena fina que se deforman al tacto pero que siempre vuelven a su estado original.
Cuando terminas una sandía –comida sin recato, lo hemos dicho- te enjuagas medio rostro, o de menos tratas de limpiarlo con un paño. Debe ser pronto, el jugo tiene la peculiaridad de secarse rápido.
Cuando crees que has hecho suficiente con una mujer, te comportas como un niño al que no le importan las apariencias: dejas que los fluidos sequen –y secan pronto-, y sigues, quizá a los montículos donde humedecerás un poco, donde terminará por secarse todo ese líquido que llevabas en medio rostro. Es lo bueno del sexo, pocas veces sabes lo que sigue: como un baile en el que el ritmo y la pasión son las que dan paso a los movimientos, no al revés.


Hay quienes comen sandía sin ensuciarse. A veces suelo hacerlo también: la pico en figuras geométricas azarosas y las vierto en un boul; de ahí las voy tomando con un tenedor. Un trabajo limpio.

Afortunadamente con la mujer no es posible hacer eso. Las reglas del buen comensal no aplican. Comes –o intentas hacerlo- directamente, sin cubierto de por medio, sin modales, sin recato. Es la gula infructuosa, insaciable; acabarás con medio rostro humedecido, pero está bien, es signo de que está bien. Comes como un maldito hambriento, te ensucias, te escurre por el mentón; a ella no le importa. Te insta a que sigas, sin modales, sin mantel, sin etiqueta. Y sigues. Da igual. El líquido se seca pronto.